* Estalla otro escándalo
* Que se esclarezca la verdad
Avanza el país por una etapa de transición en la que se dan grandes cambios políticos, cuando por cuenta de la estrategia y fortaleza de las Fuerzas Armadas, los frentes de las Farc sufren notables bajas y se ven obligados a esconderse en sus refugios en las montañas y selvas o en países vecinos, puesto que han perdido terreno y carecen de la potencia para dar grandes golpes contra el Estado, ni de poner en peligro el sistema. Están a la defensiva y huyen despavoridos en algunas zonas, en donde la tolerancia o la complicidad de la población se tornan en franca hostilidad. Apenas los grandes movimientos de dinero por las exportaciones ilícitas les permiten mantener una infraestructura que les cubre la espalda, les facilita armas y medicinas e información clave para operar. Se dice que por vía satélite reciben de otros países información sobre los movimientos de las tropas colombianas en su contra, lo que le da un papel aún más trascendente a los servicios de inteligencia del Estado y los de la subversión. Se sabe que algunas de las instituciones más respetables y poderosas del país están infiltradas por elementos al servicio de los enemigos del sistema, lo que dificulta el esfuerzo oficial para tratar de prevenir la acción de los violentos y delirantes que anhelan desagarrar el sistema.
Las guerras internas de baja intensidad como la que se libra en el país desde hace medio siglo dependen no solamente de la estrategia y la táctica que planifican y desarrollan los altos mandos castrenses; para ganarlas, necesitan de la eficacia del sistema democrático, así como de la organización y solidaridad de la sociedad civil. El afecto y el respeto que el pueblo colombiano siente por las Fuerzas Armadas, no basta para ganar la guerra. El apoyo moral y simbólico no es suficiente. Se requiere de una sociedad organizada, que colabore con las tropas en la defensa activa del orden. Pretender que los militares son un sector social aparte del resto de los colombianos es absurdo. Entre las tropas se encuentran gentes de todos los sectores sociales, es el estamento más representativo de la diversidad cultural, racial y social del país. En donde la movilidad social se da con más capacidad de rotación que en otros sectores de la vida colectiva, puesto que se asciende las más de las veces por méritos y servicios.
Las Fuerzas Armadas en Colombia han sido el principal soporte para nuestra supervivencia democrática. En otros países de la región el combate contra la subversión o la izquierda desestabilizadora provocó diversos golpes de Estado como en Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Uruguay, Brasil, para citar unos casos de bulto. Entre nosotros en medio de crisis económica, estructural, política y la miseria de la periferia y los guetos urbanos, como de los efectos de la guerra, los militares han defendido sin vacilar los gobiernos civiles.
Todo parece indicar en la trama del escándalo de la inteligencia que se hacía desde Buggly Harker, en el sector de Galerías, se actuó según los cánones legales establecidos; el inspector del Ejército, general Ernesto Maldonado, después de una investigación responsable así lo determinó, incluso mediante el recurso del polígrafo. Él manifestó que no se realizaron interceptaciones por fuera de la ley. El presidente Juan Manuel Santos ordenó que otros entes del Estado investiguen para llegar al fondo del asunto. En medio de la cacería de brujas que aprovechan los enemigos de las Fuerzas Armadas, con la intención de paralizar los servicios de inteligencia, la sociedad parece entender que sin sus buenos oficios, los gobiernos sometidos al ataque continuo de los enemigos del sistema, se tornan impotentes y lo que se ha ganado al precio de tantos soldados muertos y heridos, para defender la democracia, estaría en peligro.
En el momento de escribir estas líneas la prestigiosa revista Semana da a conocer un informe sobre “Los Negocios del Ejército” en donde se registran eventuales y gravísimos casos de corrupción, al hacer la crónica de la información privilegiada de un ente oficial. En el caso se involucra al general Leonardo Barrero, uno de los más altos y respetables oficiales, cuyo desempeño exitoso le ha merecido numerosas condecoraciones y felicitaciones. Se trataría de una cadena de contratación sometida a las intrigas de elementos sin escrúpulos dentro y fuera de la institución. Estalla el nuevo escándalo con rara coincidencia, cuando apenas se sale de la sorpresa de la crisis que puso a prueba los nervios de la inteligencia militar. La gravísima información golpea severamente al estamento castrense. Será la justicia la que determine los alcances de las denuncias que sostienen que la corrupción penetró a casi todas las guarniciones, lo que hasta que no se demuestre por autoridad imparcial nos resistimos a creer. Es preciso sostener con valor moral que el grueso de la milicia cumple su deber con honor, abnegación y patriotismo insobornables.