Por estos días se hacen balances sobre lo que ha ocurrido un año después de que se detectara un brote epidémico de ébola en Guinea. La fiebre hemorrágica que tiene alto índice de mortalidad se extendió en cuestión de semanas a Liberia y Sierra Leona, alertando a todo el mundo sobre el riesgo de una pandemia, más aún porque se trata de un virus contra el cual no hay vacuna conocida y tiene vectores de transmisión difíciles de neutralizar o controlar.
Las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) movilizaron a la comunidad internacional que si bien maniobró rápidamente para montar un operativo sanitario que permitiera intervenir para tratar de frenar un contagio masivo en esa región africana, también evidenció que el planeta no está preparado para enfrentar una amenaza de este tipo.
Aunque brotes de la enfermedad ya se habían registrado tiempo atrás en ese continente, no se actuó entonces con diligencia para enfrentar el riesgo sanitario en un continente abandonado a su suerte. Pero ahora, ante el riesgo de contagio global, las principales multinacionales farmacéuticas sí activaron sus equipos de expertos para tratar de desarrollar una vacuna en tiempo récord. Igual se puso sobre la mesa que ante la falta de protocolos de prevención y detección de casos sospechosos de este virus, muchos países optaron por cerrar sus fronteras, decretar drásticas cuarentenas y aislamientos, algunos contrarios al humanismo más básico.
Un año después, este brote ya cobró 10 mil víctimas en esos tres países y aunque estadísticamente ha disminuido el número de contagios, la emergencia sanitaria aún persiste y el debate a escala mundial sobre los riesgos de este y otros virus que podrían generar pandemias ha crecido.
Precisamente, días atrás el hombre más rico del mundo, el gurú de la informática, Bill Gates, advertía que el mundo debería tomar conciencia en torno de que la nueva amenaza global “son los microbios, no los misiles”, por lo que llamó a jugar “juegos de gérmenes en lugar de juegos de guerra” para entrenar así a los equipos de respuesta sanitaria y revelar fallas en las defensas ante las pandemias.
La pregunta, ahora, es sencilla pero con muchas implicaciones: ¿habrá entendido el mundo el campanazo que significó este brote de ébola?