Dos años del proceso de paz
La preservación del orden
Hacer una reflexión del proceso de paz con las Farc, a dos años de iniciado de modo formal y en medio de la suspensión que actualmente se presenta, pareciera una tarea inocua. De hecho, algunos preferirían que se terminara, dando paso a la ruta militar exclusivamente, y en definitiva cerrar cualquier solución por la vía negociada. Ese anhelo subrepticio, que suele disfrazarse con propuestas que de antemano se saben inviables, está hoy a flor de piel por el caso del general Rubén Darío Alzate, reconocidamente cautivo por las Farc. En el fondo, algunos apuestan a que por ello se rompa el proceso, lo que no ha lugar si precisamente de lo que se trata es de poner fin a la barbarie y la depredación de tantas décadas.
Frente al reto actual, el primer deber del Estado y sus estamentos, como lo hemos dicho, es rescatar al General sano y salvo, tal cual se ha hecho en otros casos de civiles, soldados y policías, entre ellos oficiales extranjeros. Sin que aún estén claros los hechos de la captura, en los que hay confusiones de todo tipo, los esfuerzos deben darse en torno de su recuperación. En todo caso, el objetivo es siempre la preservación del orden. Sea ésta la salida o una fórmula humanitaria, por ningún motivo el Presidente debe perder la iniciativa. Cualquiera sea la solución deberá, necesariamente, venir de su parte, por cuanto el acto precisamente lo que busca es golpearlo, estrecharle el margen y abrirle espacio a la oposición y el pesimismo.
Pero aun en medio de circunstancias adversas el proceso de paz, que hoy cumple dos años de instalado, tiene elementos suficientemente sólidos para que prevalezca. Así ha ocurrido, precisamente, porque el Jefe de Estado no ha desfallecido en la iniciativa militar, política e internacional. Y si bien la opinión está naturalmente pendiente del desenlace en el Chocó, también es cierto que los avances de la negociación no pueden desestimarse. Y vale que los negociadores, aunque en suspenso, pongan de relieve el hecho de tener una agenda y acordados parcialmente varios de sus puntos. Haber pasado el proceso por el filtro de la campaña presidencial, con apoyo mayoritario, no es cuestión menor. Tampoco conseguir el decidido respaldo internacional para poner fin al conflicto más antiguo y enquistado de Occidente.
Desde luego, falta lo que llamarían el “grueso” de la negociación. Y se está entrando en la etapa de mayor complejidad. Que trata, precisamente, del desmonte de los aparatos militares de la subversión. Todo ello, en medio del cautiverio del General, tiene amplias connotaciones negativas. Porque, ciertamente, estanca el proceso hasta que no se resuelva el tema. Pero la suspensión de la Mesa que, por el contrario, debería encontrar el mecanismo más expeditivo para la resolución de tan grave asunto, conlleva el riesgo de que, si en principio parece el acto más lógico, paralice la propia iniciativa. La negociación por compartimientos estancos, donde no hay vasos comunicantes y la Mesa parece abstraída y aislada de las realidades del conflicto armado, genera desconcierto. Está claro que la responsabilidad por la vida e integridad del alto oficial corre por cuenta de sus secuestradores. El mundo entero los está mirando. Pero enfrentar el tema en la propia Mesa, además de las operaciones militares en el territorio, hace parte de las labores conducentes a salvaguardar el proceso y exigir conductas en procura de la reconciliación y no el escalamiento de la guerra. En tal sentido, por ejemplo, no se entendería que mientras se habla con los diferentes grupos de víctimas, las más directas y actuales no tengan amparo ninguno allí.
De otra parte, de no resolverse pronto el tema el desgaste del proceso pasará cuenta de cobro ante la opinión pública. Su viabilidad indudablemente está en juego. Cerca del fin de año, la gente esperaba buenas noticias. Circunstancias tan absurdas y necias copan los márgenes. Lo que interesa, en todo caso, es que el Presidente mantenga la iniciativa, por más de que se la quieran arrebatar con estos actos de guerra, donde el rescate militar obedece al mismo escenario planteado. En tanto, si no es la Mesa, tendrá que ser el Alto Comisionado de Paz quien, no por estar allí, deja de tener funciones globales sobre el proceso y quien tendrá que pedir cuentas por semejante petardo.