*El Informe Lebret
*Mafias y degradación social
EL principal puerto del Pacífico está siendo azotado por el flagelo de la violencia y el crimen organizado. Las mafias dictan su código de horror y aterrorizan a la población, son frecuentes los atentados en pleno día perpetrados por sicarios motorizados, muchos de ellos menores de edad e incluso propensos a ritos de brujería de origen africano que creen los hacen inmunes a las balas y a la ley. Su móvil es el dinero y por alcanzarlo incurren en toda suerte de delitos, sin importarles a quién asesinan, su edad, sexo ni condición humana. Llegan al extremo de marcar en sus armas el número de personas a las que han ultimado. Los jefes de las bandas criminales los ‘reclutan’ desde muy niños y en algunos casos hay familias que viven del sicariato o de vigilar los cargamentos de contrabando... Impera en ese mundo criminal la ley del silencio.
Algunos pensarán que las recientes denuncias sobre la guerra de las mafias en Buenaventura son un pleito nuevo. No, se trata de generaciones enteras que han vivido, sufrido y padecido la miseria y diversos tipos de violencia. Los grandes capos ejercen la barbarie implacable contra los más débiles, en particular cuando intentan liberarse de su influjo nefasto. Ya a mediados del siglo XX el famoso padre Louis Joseph Lebret, con la más honda preocupación social, expresó que uno de los lugares del mundo donde la marginalidad era más aberrante y donde los hombres parecían competir con las fieras salvajes en hacerse mal unos a otros era, precisamente, Buenaventura. La tasa de desempleo en ese entonces, la más alta del país y el elevado número de la población hacía temer que en cualquier momento se produciría una explosión social terrible. Políticos e investigadores posteriores, al constatar que la profecía de Lebret no se cumplía, pensaron que el famoso sacerdote e investigador era un delirante que exageraba los problemas sociales y estructurales para llamar la atención y aumentar su fama. No hay tal. El padre Lebret ha sido uno de los investigadores más profundos y respetables que han estudiado la realidad colombiana.
¿Qué pasó, entonces, en Buenaventura para que los catastróficos anuncios del investigador no se cumplieran? Nada de eso, si alguien estaba en sus cabales y tenía un conocimiento científico de lo que ocurría y, por tanto, de lo que decía, era este famoso personaje. Lo que pasó en Buenaventura, y que evitó la anunciada explosión social, es que hubo un predominio tal de las mafias y del contrabando, que los ingresos de la economía subterránea se multiplicaron de manera exorbitante. La exportación de drogas ilícitas produjo millones y millones de pesos, de los cuales una parte pasaba al aparato sicarial de los capos y sus clientes, familiares y socios en el medio local. Esa riqueza que genera la corrupción y la delincuencia común enriqueció no solamente a los mafiosos, sino a todos aquellos que trabajaban para ellos, en la medida que se constituyó una sociedad cómplice, amparada por poderosos políticos y la capacidad de sobornar a las autoridades locales. La vida nocturna congregaba mujeres y aventureros del país y del exterior, con fiestas que duraban hasta el amanecer, mientras en casas abandonadas inocentes eran torturados y descuartizados por las cuadrillas de los violentos. Ese fenómeno de degradación social y contaminación de algunos sectores de la población por el dinero mal habido fomentó aún más el crimen y el sicariato. Y lo peor es que se formaron dos ciudades en el mismo puerto: de un lado, la mala-Buenaventura y, de otro, un puerto moderno que trabaja con la mayor eficacia para mover los productos que legalmente se importan y exportan. En esas empresas portuarias se desempeñan profesionales capaces y trabajadores especializados, que suelen ser individuos ejemplares que no tienen contacto alguno con la mala-Buenaventura. Las familias que se resisten al despotismo de las mafias son obligadas a callar y si insisten en protestar, las expulsan de la ciudad o las eliminan.
Fuera de anunciar la inevitable explosión social, Lebret proponía crear condiciones de vida dignas para la población e insistía en elevar la condición moral y espiritual de sus habitantes, que en su mayoría eran gentes buenas y desesperanzadas prisioneras de las bandas armadas; recalcaba en la educación bajo la tesis de que la formación no se debe trabajar solamente para el presente sino para el porvenir, forjando a quienes tendrán que construir la sociedad justa y equitativa del mañana. Esa misma por la que claman hoy los habitantes de Buenaventura.