*De gestos a la profundidad del discurso
*Una impronta papal que se abre camino
Tras dos años de pontificado es claro que el papa Francisco ya ha dejado una impronta sobre el deber de los católicos respecto a los que más sufren y los más vulnerables. Impronta que se materializa no sólo en sus mandatos para que toda la organización eclesiástica se vuelque en apoyo y asistencia a los necesitados, sino que en sus pronunciamientos políticos y doctrinales de fondo ante gobiernos, presidentes y organizaciones multilaterales ha insistido en que reducir la pobreza y desigualdad debe ser la prioridad.
En cuanto a lo primero, fue muy diciente una de sus más recientes homilías dominicales en donde llamó a la Iglesia a escoger entre ser una “casta” o superar prejuicios y el miedo, para optar por los marginados. Un campanazo de alerta que dio ante los más de 160 cardenales que asistieron al Vaticano para la ceremonia de proclamación de 20 nuevos purpurados. “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todos”, afirmó el Pontífice argentino, al tiempo que invitó a toda la jerarquía de la Iglesia a salir a las periferias, abandonando toda “forma pasiva” de mirar el sufrimiento del mundo, arriesgándose a “no temer el escándalo ante las aperturas”, a superar prejuicios, a “no adecuarse a la mentalidad dominante”. En otro de los apartes de su trascendental homilía, el papa Francisco les pidió a todos los integrantes de la Iglesia que “vean al Señor en cada persona que sufre, que está desnuda, también en aquellos que han perdido la fe o se declaran ateos, al señor que está en la cárcel, que no tiene trabajo, despedido... Al discriminado. No descubrimos al Señor si no acogemos auténticamente al marginado”.
En lo que tiene que ver con los llamados a los gobernantes y lo que debe ser la prioridad de sus gestiones, son varios los pronunciamientos del máximo jerarca de la Iglesia Católica, apostólica y romana. Por ejemplo, recientemente en Manila, dijo que había que “romper las cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a evidentes y realmente escandalosas desigualdades sociales”. Reiteró, igualmente, su “firme rechazo a toda forma de corrupción que desvía los recursos destinados a los pobres”. Puntualizó que “la exigencia moral de garantizar la justicia social y el respeto a la dignidad humana son esenciales a la realización de los objetivos nacionales”. En cuanto a nuestro continente, el Pontífice también indicó no hace mucho que “nos sentimos movidos a pedir que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo…”.
Como se ve, la preocupación por la necesidad de que se aplique en todo el mundo un cambio de mentalidad hacia los que menos tienen y los marginados ha sido una de las principales preocupaciones de Francisco. Una preocupación que en el fondo pone de presente dilemas sociopolíticos que parten del pulso entre el bienestar propio y el de los otros, entre el interés particular y el general, para evolucionar a tesis políticas y económicas más complejas alrededor de asuntos tan primordiales como cerrar la brecha entre ricos y pobres, impulsar medidas para una mejor redistribución de los ingresos, urgir cambios geopolíticos para que los países con mejores condiciones de progreso y calidad de vida asistan y sean solidarios con aquellos con el mayor número de necesidades básicas insatisfechas…
Visto todo lo anterior se puede concluir que actitudes como la que tuvo días atrás el Pontífice, respecto a invitar a 150 indigentes y personas “sin techo” a visitar los museos del Vaticano y la Capilla Sixtina, es un gesto que va más allá de lo meramente simbólico o aislado. Todo lo contrario, se envía un mensaje directo respecto a cómo la Iglesia y la sociedad en general deben abrirse para acoger a los desamparados. Un gesto papal que se complementa con otras medidas anteriores como cuando pidió instalar duchas gratuitas y entregar mantas y otros elementos a las personas “sin techo” en los alrededores del Vaticano, o cuando les encargó a 400 vagabundos que lo ayudaran a repartir miles de evangelios que regaló a los asistentes a uno de los Ángelus dominicales.
En momentos en que arranca la Semana Mayor del catolicismo, poner de relieve la importancia de esos llamados papales a amparar a los pobres y vulnerables es clave en un mundo lleno de desigualdades sociales y económicas.