La visita de Henrique Capriles a Bogotá y la reunión con el presidente Juan Manuel Santos en la Casa Privada de Nariño han suscitado toda clase toda clase de interpretaciones, en particular en los medios políticos venezolanos. En realidad dado que Colombia no practica la injerencia en los asuntos políticos domésticos en los países vecinos, ni en ningún otro, dicha reunión no debiera despertar suspicacias. El Presidente de Colombia en el ejercicio de la soberanía puede hablar privada o públicamente con quien le plazca. Lo mismo que el ejercicio de esa soberanía en Lima resolvió entre los primeros países de la región que se reconociera la elección como presidente de Nicolás Maduro y, posteriormente se verificarían los resultados electorales. Postura en la que lo acompañaron los jefes de Estado que asistieron a la cumbre. Por la premura del tiempo prevaleció la decisión política para supuestamente favorecer la estabilidad en el vecino país que en ese momento estaba crispado de nervios y a punto de estallar, en contra de elementales normas constitucionales que establecen universalmente cómo primero se verifican y se suman los votos y después se reconoce la legitimidad del ganador. Otros países como Estados Unidos con diplomacia y políticas más cautelosas aún no reconocen el Gobierno venezolano. Y como ya lo dijimos en otra oportunidad si tal como lo pidieron en su momento los candidatos Capriles y Maduro se hubiese procedido a tiempo al reconteo de votos, no habría en este momento la menor duda en cuanto a la transparencia y los resultados de las elecciones presidenciales.
Tales incidentes y forcejeos electorales en Venezuela han atraído la atención internacional y particularmente de los colombianos. Lo primero que llamó vivamente la atención sería la actitud del candidato Henrique Capriles quien al revisar sus conteos electorales y las actas, al considerar que había ganado las elecciones, se apresuró a pedir a las autoridades electorales y a la presidenta de esa entidad, Tibisay Lucena, que cumpliese con la normativa que permitiera compulsar las actas en poder de los distintos actores del proceso electoral, petición que de manera abrupta rechazóo la señora, que acto seguido proclamó como presidente al vicepresidente candidato Nicolás Maduro. Tales circunstancias dieron la dualidad de dos políticos que reclamaban el triunfo electoral. Entuerto que solo se podía aclarar en tanto se efectuara el reconteo de votos. En medio de las disputas y la presión de las masas de ambos bandos en las calles, vimos al candidato Henrique Capriles y anunciaba que al día siguiente encabezaría la marcha de sus huestes para exigir a las autoridades electorales el reconocimiento de su triunfo. A última hora cuando la oposición estaba dispuesta a defender con su vida los resultados, Capriles en un acto de suma prudencia resolvió que por encima de sus aspiraciones presidenciales estaba proteger al pueblo y evitar un baño de sangre.
Nicolás Maduro siguió en el poder, se posesionó y Diosdado Cabello se mantuvo en la presidencia de la Asamblea Nacional, es decir, que las cosas siguieron como antes puesto que Maduro ejercía el gobierno por ausencia del Comandante Chávez y siguió en él al conocerse la noticia de su muerte en La Habana. Mas en la práctica todo había cambiado en Venezuela, pese a que los mismos jerarcas continuaran en el mando era evidente que la población estaba por el cambio. Semejante estado de cosas produjo una fuerte reacción en el oficialismo con la finalidad de acallar a la oposición. Es así como el mundo atónito observó por televisión cómo se les negaba la palabra a los diputados en la Asamblea y el ultraje a mansalva contra Corina Machado y otros diputados. Lo cual demostraba la exacerbación de las pasiones y el grado de confrontación que principiaba a horadar las bases de la democracia venezolana. En tanto los vasos comunicantes entre las dos naciones fluían cada vez más y se comenzó a pensar entre nosotros que el peor escenario posible sería que se descalabrara el sistema en Venezuela.
Es de reconocer que con tales antecedentes el Gobierno de Juan Manuel Santos se ha mostrado más cauteloso en el juego diplomático y la canciller María Ángela Holguín ha tratado de moverse en una suerte de danza para evitar hundirse en tierra movediza. En un ejercicio soberano y de hospitalidad el Presidente se entrevistó con Capriles, como podía hacerlo de igual manera con Maduro o alguna otra personalidad de Venezuela. En efecto, ya había estado reunido en Caracas con Maduro y en Lima, lo que demuestra el respeto que la Cancillería de San Carlos tiene con las diversas fuerzas políticas rivales que dividen a Venezuela. En tal sentido, la capacidad que tiene el presidente Santos de mantener un diálogo sereno con la oposición y el Gobierno del vecino país dentro del marco de la neutralidad y el debido respeto para las partes, le permiten ejercer una cierta ponderada mediación para tratar de restañar las heridas lacerantes del cuerpo político venezolano. Esa es la posición democrática más respetable que puede asumir el Gobierno nacional, con mayor razón tratándose de los conflictos in crescendo en el país hermano. Lo que intenta Colombia es apagar el incendio y en ese sentido si se examina cuidadosamente el lenguaje de Juan Manuel Santos se observa que procede con el profesionalismo de un veterano bombero.
Las cancillerías de los países vecinos y la comunidad internacional deben entender la postura colombiana, el absoluto respeto en la política interna de Venezuela y de mano tendida con los distintos sectores en conflicto de esa nación puesto que no queremos que el incendio se extienda a nuestro país. Se entiende en el marco de la crónica debilidad en que se debate el Régimen y los conflictos de poder que se dan en Caracas, las irreflexivas y destempladas reacciones de la cúpula oficial venezolana, así como el llamado urgente al embajador Chaderton para que volara de La Habana a Caracas y entrara a analizar cuál será la actitud venezolana como garantes de las negociaciones de paz entre la Casa de Nariño y las Farc. Que obedezcan a un deliberado plan de intentar aglutinar a los sectores populares en torno del Gobierno con la zanahoria nacionalista no tiene ninguna explicación puesto que Colombia mantiene y respeta las reglas de juego entre los dos países y está abierta dado el caso a servir de puente ante las fuerzas antagónicas que dividen a nuestros hermanos venezolanos.