El mundo no sale del asombro por cuenta de las teatrales ejecuciones que dejan un largo rastro de sangre provocado por las atrocidades de los milicianos del llamado “Estado Islámico” (EI), que son cuidadosamente escenificadas y difundidas en internet para sembrar la angustia y la desesperación entre las comunidades que se encuentran en las zonas que esa facción radical domina a punta de terror. Es evidente que estos agentes de la violencia homicida y suicida buscan que sus crímenes se difundan por el globo, como si se tratara de notables cirujanos, artistas o atletas que por sus acciones deben ser aplaudidos por el público. Sin juicio previo, sin atender que no se trata de combatientes como tampoco, en el sentido más clásico, de enemigos, sino de gentes pacíficas, desarmadas e inermes, cuyo drama es encontrarse en el lugar equivocado y ser cristianos, se les dispara a mansalva. Las víctimas son uniformadas de púrpura y obligadas a arrodillarse, lo que hacen con cierta dignidad y resignación, antes de recibir el tiro de gracia. Varias cámaras de video filman la macabra escena.
El descaro, arrogancia, frialdad y sevicia con la que estos agentes del terror perpetran sus abominables crímenes, es cada vez mayor. Por lo general, los asesinatos van precedidos de anuncios que hielan la sangre de las víctimas y la sociedad sobre lo que está a punto de suceder. Es el terrorismo puro, que pisotea con brutalidad los derechos humanos y las convenciones internacionales, para avanzar en una guerra cruel de tierra arrasada y ejecuciones en cadena para eliminar a los más débiles y a cuantos se le interpongan en sus nefastos y ominosos fines.
El Papa Francisco ha utilizado su franqueza habitual para referirse a la ejecución a mansalva de una veintena de coptos egipcios: “fueron asesinados por el solo hecho de ser cristianos”, dijo. Con semblante y voz conmovidos, hablando en español, el Pontífice indicó que había leído sobre la ejecución de esos 22 cristianos coptos. “Solamente decían Jesús ayúdame”, precisó. Y con infinito dolor explicó: “la sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita. Sean católicos, ortodoxos, coptos, luteranos, nos interesa: son cristianos. Y la sangre es la misma, la sangre confesa de Cristo”.
Nota: Se emplea en Egipto la palabra copto para referirse indistintamente a los cristianos de distintas iglesias.