Desde La Habana llegan noticias y rumores encontrados, sobre las conversaciones entre el Gobierno colombiano y las Farc. Las informaciones suelen ser antagónicas, así se trate de especulaciones de elementos del mismo sector político. A cada lado están los que dicen que ya se tiene un acuerdo y que todo lo que se hace en La Habana es teatro para conseguir inclinar la opinión a favor del pacto previamente convenido. En la estrategia de ir ablandando a la opinión pública en el sentido de aceptar como inevitables las más estrafalarias propuestas a cambio de un acuerdo. Los anteriores comentarios contradicen la realidad política nacional. El Estado colombiano y las Fuerzas Armadas mantienen una gran fortaleza y capacidad de presión y ofensiva sobre los grupos armados por fuera de la ley. Han caído varios miembros importantes del Secretariado y no existen santuarios inexpugnables en los cuales se puedan refugiar en el país, lo que ha provocado una diáspora de la cúpula a países vecinos. La opinión publica en su mayoría es hostil a los violentos y se muestra en las diversas encuestas que se han hecho contraria a que se consagre la impunidad contra los delitos de lesa humanidad, así admita que los milicianos que no han cometido esas atrocidades obtengan un trato diferente.
Las circunstancias han cambiado, comparativamente, al recordar anteriores conversaciones de paz, como las de los días del Gobierno de Belisario Betancur o de Andrés Pastrana en el Caguán, cuando en el segundo caso la opinión pública nacional y la comunidad internacional se mostraban no solamente favorables a la paz en Colombia, sino que manifestaban su entusiasmo desde Washington a casi todas las capitales de los países de Occidente. Es interesante anotar que esos procesos se hundieron por las exigencias desorbitadas de los subversivos. Las Farc dejaron perder esa oportunidad por cuanto prevalecieron los sectores guerreristas, que estimaban que podían avanzar con sus milicias al asalto de las grandes ciudades y “hacer la revolución a la cubana”. Las Farc no pudieron intentar un asalto similar al del Palacio de Justicia, en cuando el Estado aprendió la lección y mejoró la vigilancia de los centros de poder en las ciudades. La superioridad aérea con el Plan Colombia y recursos propios cambió el curso del conflicto. A partir de entonces y con los logros del Gobierno de Álvaro Uribe, la fortaleza militar contuvo el avance subversivo, los persiguió hasta sus guaridas y los bombardeó en la frontera. Hoy se mantiene la vigilancia permanente en el territorio nacional. Si bien, siguen teniendo problemas con el fuero militar, puesto que pese a los avances en el Congreso, varias de las conductas típicas de los soldados y casi que inevitables en las guerras, fueron excluidas del mismo.
La Casa de Nariño busca alcanzar una paz negociada y honorable, lo que no se debe confundir con la capitulación. Así como las Farc no se han concentrado en ninguna zona del país para estar prestas a entregar las armas y siguen combatiendo en un intento de expandir los frentes subversivos, los efectivos oficiales les provocan numerosas bajas. En tales circunstancias se prolongan las negociaciones y se descarta, por ahora, tal como en sus inicios se planteó, que el Gobierno se levante de la mesa en caso de estancarse la vía diplomática. Las charlas se centran en el primer punto sobre la Política de Desarrollo Agrario, que para el Gobierno tiene un sentido agrícola y para las Farc político, abarca extender sus dominios y consagrar las famosas Repúblicas Independientes, donde tendrían un gobierno propio. Lo que las colocaría a un paso de la balcanización de Colombia. Exigencias inaceptables que los negociadores oficiales rechazan.
Los negociadores de la subversión en La Habana en charla con el sociólogo Alfredo Molano, que publica El Espectador del 13 de mayo, declaran: “Estamos hechos de pueblo; la gente nos quiere y nos sigue, la prueba está en que la llamada sociedad civil quiere participar en los diálogos y lo ha hecho. El Gobierno tiene miedo de abrir puertas y ventanas”. Y agregan: ”Las armas no se entregarán, desaparecerán”. Y afirman que: “en las Farc nadie ha cambiado. Las mismas ideas que nos llevaron a la guerra son las que defenderemos en la mesa y mañana en la calles”. Puesto que: “no luchamos para disminuir sentencias; nosotros estamos en armas porque no acatamos la Constitución vigente y sabemos que por la paz las Cortes internacionales están dispuestas a sacrificar su rigidez”. Tales afirmaciones desatan diversos interrogantes y enigmas, con efectos políticos en ambos bandos, determinantes para alcanzar la paz negociada o que se intensifique la contienda. Por guerreristas que sean saben que por las armas no llegan al poder y flota en el ambiente que por la vía electoral la izquierda captura el gobierno en gran parte de Hispanoamérica, sin disparar un tiro.