Las noticias sobre los préstamos y especulaciones en los que se ha visto envuelto el hijo de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, han contribuido de manera dramática a debilitar la imagen de la mandataria entre la opinión pública. Y más grave aún porque la nación austral se cuenta entre los países de la región en los que, en los últimos años, ha sido más baja la corrupción.
Tras su reelección y recibir el poder de manos de Sebastián Piñera, se esperaba que en el segundo mandato de la Presidenta la pulcritud administrativa prevaleciera. La sorpresa de los chilenos ha sido mayúscula al enterarse de presuntos negociados de la familia presidencial. En el escándalo figura el hijo de la dirigente socialista, quien habría recibido cuantiosos préstamos de la banca por ser quien es. Según los medios de comunicación mejor informados de no ser por esa condición familiar, el hijo de la mandataria no estaba en condiciones de ser beneficiario de esos recursos, ya que no contaba con el respaldo financiero que se exige en estos casos.
Bachelet, al principio, se negó a hablar del espinoso asunto familiar, pero la presión de la opinión pública la obligó a romper el silencio e intentar minimizar el asunto. La medida no surtió mayor efecto, en cuanto el lio judicial se complicó en el momento que la Fiscalía tomó la decisión de allanar la casa de su hijo, Sebastián Dávalos Bachelet, y su esposa Natalia Compagnon. La nuera de la Presidenta tuvo que declarar durante nueve horas y si bien hasta ahora se conocen apenas aspectos parciales de sus descargos, en los mismos de todas formas compromete a políticos cercanos al Gobierno.
Los chilenos están a la espera de la definición judicial y en el entretanto la credibilidad gubernamental y la imagen de la mandataria se desploman. Pese a que otras circunstancias como la tragedia climática han focalizado la atención de los australes, no hay día en que el caso del hijo de Bachelet no esté en la primera plana y tenga al Ejecutivo en constante actitud defensiva, deteriorando el clima político y el ritmo de la gestión.