· Perú: entre la derecha y la centro-derecha
· Colombia y los nuevos elementos continentales
Con el triunfo de la derecha y la centro-derecha en las elecciones de primera vuelta, en el Perú, queda confirmado el desgaste y la sanción explícita a la izquierda en los países latinoamericanos. Si bien la propuesta izquierdista en ese país creyó encontrar una salida favorable en la radicalización ideológica, su desempeño, por el contrario, fue bastante menor del que se mostraba en las encuestas y resulta evidente que ahora, sin haber clasificado a la segunda vuelta, la pugna se reduce a las diversas interpretaciones de lo que podría llamarse el conservatismo peruano y que podrá ser ejemplificante para el resto del continente.
Lo anterior se suma, ciertamente, al frente democrático conservador elegido hace poco ante el populismo kichnerista, en Argentina, y que recientemente tuvo un gran respaldo en la visita del presidente de los Estados Unidos al país austral luego de poner en evidencia, en medio de sonrisas y abrazos con la dictadura filial más antigua del planeta, el dilatado fracaso del modelo colectivista cubano.
En tanto, no es secreto el gigantesco descalabro de la izquierda, en el Brasil, donde la corrupción desdibujó y prácticamente sepultó, tanto al Partido de los Trabajadores (el más grande del mundo), como al mandatario anterior, símbolo viviente de la izquierda latinoamericana. Hasta el punto de que el ex presidente anda, como un burócrata menesteroso, tratando de cobijarse en cualquier fuero repentino que lo pudiera salvar de prisión. Lo mismo, claro está, que circunstancias similares comienzan a otearse para la ex primera mandataria argentina. Muy probable entonces es que los brasileños se decidan, posteriormente a la impugnación de la presidente actual, por una fuerza política completamente divergente, precisamente que estuvo al borde de ganar en la ocasión pasada, y que brinde las garantías al país, no solo de la recuperación en la estabilidad perdida, sino de acceso al poder sin la doble agenda característica de los sinuosos adherentes a la feria de los intereses creados de los últimos tiempos. Porque lo que lamentablemente se ha dado en el Brasil, en medio de los prolongados mandatos y reelecciones de izquierda, fue un carrusel de corruptelas que tiene al mundo estupefacto y que no podrá borrarse ni siquiera con la organización y presentación de los próximos juegos olímpicos. Y que, por el contrario, será oprobio insoslayable para el régimen actual.
En consonancia con la ola anterior, la izquierda de Venezuela se diluye en las aguas fangosas de la estridencia y caricatura “bolivariana”, y algunos medios internacionales han informado que el propio presidente está pensando en renunciar, fruto de su inviabilidad indiscutible. Situación que debió darse hace tiempo, por cuanto aquel permanece en el poder atado a una minoría militarista cuya única posibilidad es la polarización a fin de ampararse en la satrapía enquistada y cleptómana que tiene de todo menos de la responsabilidad y decisión de gobernar por el pueblo, con el pueblo y para el pueblo, según la consigna democrática, desde luego vigente para todos en su acepción más común y precisa.
Ante lo anterior, donde ha quedado claro que “¡sí señor, esos son, los que venden la nación!”, el compromiso de los partidos, movimientos o tendencias de la centro-derecha, en América Latina, resulta apremiante y superlativo. Después de décadas de dictaduras, en los años sesenta, setenta y ochenta, y la prolongada irrupción izquierdista que se sirvió estruendosamente de la valiosa bonanza minera y de los hidrocarburos para el propagandismo interno y continental, existe el espacio y la actitud indispensable para la expresión doctrinaria de una nueva democracia latinoamericana. Porque no puede quedarse ahí el continente, limitado a lamerse las heridas del derroche, el desfalco y el populismo que ha dejado la izquierda de legado notable e imprescriptible.
Hay que dar el salto político, dejando por supuesto atrás incordios como Unasur, clausurando el resentimiento social de formulación plausible a cambio de la solidaridad como base del progreso y denunciando, cómo no, la desfiguración histórica que sufrieron dentro del maniobrerismo rutinario los materiales esenciales del ser y devenir latinoamericanos. En ello, Colombia tendrá que convertirse en líder, sabido por descontado que la gran mayoría de ciudadanos mantienen una tendencia hacia los elementos en los que la democracia es motivo de respuesta a los problemas de los países, con base en la autoridad y la concertación, y no la correa de transmisión corrosiva que ha significado abandonar el bien común e imponer criterios exclusivistas y viciados a los altos requerimientos nacionales. Y cuya vocación futurista, como en el Perú, comenzará a inclinarse hacia los componentes de la centro-derecha.