Son diversas las naciones que tienen fuero militar como requisito elemental que permite a los soldados defender al Estado sin que de pronto un juez civil que desconoce los asuntos de la guerra interprete los hechos de combate como violaciones a los derechos humanos de la misma estirpe que las que cometen los civiles. En distintas oportunidades hemos insistido en destacar las diferencias que se manifiesta en modelo de vida de los militares y los civiles. En las profesiones liberales, actividades comerciales o privadas, las personas pueden moverse de un puesto a otro, de una actividad a otra, son libres de escoger y de vivir en donde les plazca. Nada de eso se da en la vida militar, que, en esencia, sacrifica esas libertades de las que se enorgullecen los hombres del común, para aceptar una férrea disciplina, una vida austera y preñada de peligros. Peldaño a peldaño va subiendo el militar en su carrera, mientras tenga una conducta ejemplar y su hoja de servicios sea intachable. Sus ascensos son por rigurosos méritos y tiempo de servicio, en cada ocasión debe hacer cursos dispendiosos y pasar exámenes complejos que no solamente atañen a lo militar, sino a otros asuntos, principalmente, de los derechos civiles y el derecho de gentes. La competencia entre colegas es fiera, lo cupos de la alta oficialidad se van angostando hasta convertirse en un cuello de botella para unos pocos tengan el honor de llegar a generales.
Por esa estructura dura y de sacrificio, en todos los tiempos las sociedades avanzadas les otorgan ciertos privilegios especiales a los soldados, con la exclusiva finalidad de hacer más afectivo su desempeño. La profesión militar en Colombia es de las más duras del planeta, ningún país civilizado tiene el record ominoso de mantener una guerra intestina por más de medio siglo. El setenta por ciento del país se compone de gigantescos espacios selváticos, de pequeñas aldeas, de comunidades que apenas consiguen en circunstancias tan adversas dar un precario aporte a la productividad. Esas comunidades, en algunos casos de aborígenes o seres que vinieron del África contra su voluntad a trabajar en las minas, sobreviven incomunicados entre sí, dada que el suelo que habitan, por su naturaleza irredenta y el abandono del Estado se han convertido en el paraíso de pillos armados y de elementos que se proclaman subversivos, que en ambos casos ejercen un poder que se aprovecha del atraso y expande el miedo en la población inerme.
Entre los pocos agentes oficiales de la sociedad que cumplen misiones de peligro y de vigilancia en esas zonas se cuentan nuestros soldados, que al menor descuido suelen ser atacados por los terroristas que pretenden apoderarse de la tierra de terceros y legítimos dueños, con el único título de apuntarles a la nuca con el fusil. Y con el hallazgo de minerales preciosos en esas extensas zonas, varios de esos elementos armados se financian, compran armas, explosivos y consiguen dar cada cierto tiempo golpes certeros contra los soldados y policías que operan en esas regiones. Son numerosos los uniformados sacrificados por defender el orden y los bienes de los miembros de la sociedad civil, miles de familias llevan luto por esa causa, se multiplican las viudas y los huérfanos, que en silencio recuerdan a sus seres queridos que cayeron en servicio. Y en medio de su tragedia no entienden que los soldados libren una guerra tan cruel sin tener los beneficios del fuero militar, que haya seres con uso de razón que los equiparen a los bárbaros que desafían el Estado y pretenden dominar la sociedad por la fuerza.
Es por eso que el Partido Conservador, el Partido de la U, del Centro Democrático y Cambio Radical, así como los elementos pensantes que están a favor de la democracia, la convivencia y la civilidad, defiendan con ardor el fuero militar. Las declaraciones del presidente del Partido Conservador, Efraín Cepeda, son claras al respecto. Insiste en el apremio para que el gobierno expida el texto reglamentario del fuero militar antes del 20 de julio, al igual que en revivir el fuero carcelario para los militares, algo que impera en casi todas las legislaciones cuando estos cometen faltas estando de servicio. Al respecto dijo: “Le solicitamos al ministro de Defensa revisar el tema carcelario. No podemos permitir que los militares vayan a las mismas cárceles que los guerrilleros o las ‘bacrim’. Los conservadores lo vamos a defender en el Congreso”.
Como se sabe, con independencia de lo que pueda salir en La Habana de las conversaciones entre los delegados del gobierno y los subversivos, incluso si se formaliza un pacto conviviente duradero con entrega de armas y reconocimiento de las leyes colombianas y las reglas de juego de la democracia, suelen quedar cabos sueltos y reductos armados que, como en el caso de El Salvador, podrían durante un tiempo dar más guerra que la que conocemos hasta hoy.