Jaque al hacker
La noción de privacidad periclita
Las revoluciones no siempre son ruidosas, pueden tornarse sigilosas y casi que imperceptibles. Los cambios en las costumbres sociales se dan en la oscuridad o bajo la luz del día, los anticonceptivos fomentan la promiscuidad sin ruido y la minifalda, símbolo de la liberación femenina, desafía el medio... Los fundamentalismos se dan en todas las épocas, incluso cuando controlan el Estado y proclaman tener la verdad revelada, brotan los desafíos. Es la lucha entre el individuo y la sociedad, que en ocasiones tiene que ver con nuevos descubrimientos, en especial en el campo de las comunicaciones y la información. Los papiros desde los tiempos de los egipcios eran una rareza para minorías. Gracias a esos avances conocemos el pensamiento de griegos y romanos. En la Edad Media los monjes preservan el conocimiento y lo divulgan entre las minorías, mediante ediciones que se escribían a mano... Esas comunidades religiosas y culturales salvaron el saber del poder destructor de los bárbaros y de los mercenarios que abominaban de la cultura. Puesto que, de desparecer el conocimiento alcanzado y atesorado de generación tras generación, se corre el peligro de retrogradar a los tiempos primitivos. La imprenta cambió el mundo, aceleró el intercambio cultural.
En distintas etapas de la historia se ha intentado divulgar el conocimiento a todos. Los jesuitas revolucionan la educación en los resguardos indígenas de Paraguay. Elevaron la condición cultural de los mismos a las nubes, al tiempo que los domesticaron, unos tocaban arpa, otros el violín, entendían de música clásica, formaban coros conmovedores con sus cánticos religiosos, entendían idiomas, leían los clásicos, sabían de matemáticas y se adentraban en asuntos complejos de religión y de filosofía. Mas todo parece indicar que los guaraníes eran más felices en su estado natural de indómitos guerreros. Cuando por cuenta del pacto de familia de los Borbones, la Compañía de Jesús es expulsada de los dominios del Imperio Español, las misiones jesuíticas degeneran en ruinas, incluso las que se habían erigido en nuestra Orinoquia que se las tragó la selva. Con la Revolución Francesa surge la Enciclopedia, dirigida por Diderot y D´Alambert, con la pretensión de condensar la cultura en 36 extensos volúmenes para que todos puedan ser cultos, no consiguen su objetivo y quedan como reliquias de una utopía. Leer sin comprender fomenta más la confusión en los seres del común.
El libro, la prensa, la televisión, la radio, los ordenadores y móviles, se convierten en instrumentos para divulgar la información. Vivimos la revolución de los hacker, que pasan horas frente al ordenador “navegando” descifrando códigos, intoxicando a otros, siguiendo pistas, penetrando correos, son los piratas silenciosos de nuestro tiempo, movilizados en la penumbra, mientras los demás duermen, trabajan de la medianoche a la madrugada. En las calles se ofrecen servicios de espionaje a maridos o esposas infieles. Unos, como los corsarios, trabajan para los gobiernos y se dedican al espionaje, otros avanzan con bandera propia, como los piratas y no aceptan control de ningún tipo. La empresa privada espía la competencia. Las oficinas fiscales espían a todos e intercambian información bancaria privilegiada, incluso internacional. Los servicios de inteligencia oficiales son acusados una y otra vez de conspirar, de rebasar los límites; cuestionados por distintos gobiernos, modernizados, disueltos, vueltos a organizar, pues desde el siniestro y codicioso Fouché, jefe policial de Napoleón, ya en forma se convierten en los ojos del Estado. Aquí, el que no lo “chuzan” no está en nada.
El avance de la revolución informática parece ahogar todo intento de defender la privacidad. Vivimos rodeados de cámaras que nos vigilan en el día a día. Los correos virtuales son inseguros. El Gobierno ruso volvió a la máquina de escribir. Las bases de datos se negocian. Superada la visión mórbida de George Orwell fechada en 1984. Las revelaciones de Edward Snowden, como de otros espías y hacker, muestran la penetración de los servicios secretos internacionales y el imperio del espionaje legal e ilegal. Los políticos agobiados por odios viscerales no atienden la alta política. En tanto los candidatos carecen o abandonan los principios ideológicos, las campañas políticas se banalizan, se quedan en lo publicitario, en el eslogan, la foto; se trata de convencer a la franja gris de los millones de seres sin nombre, sin formación, sin ideología, puesto que cuando se deciden a votar inclinan la balanza a ganador. Eso lo manejan tecnócratas y publicistas sin partido ni compromiso doctrinario, como los expertos en marketing, en chuzadas, en intoxicar la opinión.