Óscar Collazos recordaba en las charlas imprevistas con amigos en Cartagena, Bogotá, Madrid, París o La Habana, que era de esos escritores que forjados bajo el influjo de la izquierda sartriana y cubana, con un cierto tufillo estalinista dogmático, bajo la pretensión de extender la revolución por el planeta, así en el fondo le gustase más Camus que Sartre y escarbara por su cuenta en la literatura local e internacional, tanto europea como de los Estadios Unidos, lo que lo dotó como de un polo a tierra que le permitió salirse de la camisa de fuerza de varios dogmas del sarampión izquierdista. Sus cuentos impecables y descriptivos lo dieron a conocer en el exterior.
Era un escritor comprometido con el tema social, que lo lleva a controvertir con Cortázar, quien estaba más con la línea de la literatura pura de Borges. Collazos entendía que no es lo mismo nacer en Buenos Aires que en Bahía Solano, en el Chocó, puesto que las gentes del Pacífico colombiano padecían el olvido histórico del Estado, el saqueo sistemático de su riqueza y soportaban la pobreza y el atraso ancestral, tratados peor que los esclavos por los caciques políticos locales.
Óscar Collazos, con humor, decía que el cruzar el charco a Europa cambiaba la óptica y al residenciarse en Cartagena, encontró el amor y el equilibrio espiritual, puesto que los amaneceres frente al mar rivalizaban en belleza poética entre el Pacífico y el Atlántico, lo que lo hacía sentirse más colombiano. Se salva de imitar a Gabriel García Márquez, escapa del maniqueísmo del socialismo utópico, lo que le da más valor a su obra. Percibía que en el trasfondo de Cien años de soledad se exalta al partido derrotado en la guerra y se execra a mansalva al contrario. Puesto que, al fin y al cabo: “Ya viejo y abrumado por las decepciones, el coronel Aureliano Buendía llegó a la conclusión de que había promovido treinta y dos levantamientos armados (contra los conservadores) y los había perdido todos. Había conocido en carne propia la tragedia de la guerra”.