*Imposible adaptación sin financiación
*La necesidad de mayor pedagogía global
EL acuerdo mundial en Lima contra el calentamiento global abre el camino para que la cumbre en París, de 2015, tenga al menos unos puntos concretos en qué fundamentarse. No obstante, quedan de presente las grandes discrepancias que existen en este campo y cómo cada nación tiene perspectivas y criterios diferentes sobre el tema. De modo que el consenso es bastante endeble.
Como se sabe, los grandes responsables en la emisión de gases de efecto invernadero, causantes de las modificaciones climáticas y el incremento de la temperatura planetaria, son países como China, Estados Unidos, los afiliados a la Unión Europea y la India. El primero y el cuarto, por ejemplo, tienen grandes industrias de carbón altamente contaminantes. Entre los arriba descritos puede decirse, por su parte, que copan más del 75 por ciento de las emisiones que provocan las grandes tormentas, inundaciones catastróficas, sequías incontroladas, derretimiento de los glaciares y otros fenómenos extremos.
Suele decirse, a raíz del comprobado aumento de la temperatura, que el “planeta está con fiebre” y se trata, precisamente, de que ella se aminore y retraiga, so pena de que en menos de un siglo se haya llegado a los umbrales en que la vida, tal y como la conocemos, se haga inviable, impactando fundamentalmente el agua para el consumo humano y propiciando el deshielo de los glaciares y los polos de forma que los océanos irrumpan sobre los continentes, entre otras consecuencias fatales. Para algunos científicos, incluso de los más connotados, el fenómeno climático es irreversible. Otros piensan que aún se está en tiempo de controlarlo, siempre y cuando exista la voluntad explícita de las naciones, medible en acciones, cronogramas y políticas públicas.
De la cumbre de Lima se pueden sacar varias conclusiones que, si bien menos ambiciosas de lo que se esperaba, presentan ciertos avances sobre el panorama desolador que se avizoraba hace un tiempo. El principio de “responsabilidad común pero diferenciada”, que encabeza el Acuerdo, permite mantener la atención sobre el determinante asunto, aunque la divergencia de acciones entre los países generará “atajos” poco saludables para llevar a cabo el propósito mancomunado. Sin embargo, la diferenciación resulta fundamental en cuanto las responsabilidades de financiación recaen en aquellos que, ciertamente, han propiciado lo que, a no dudarlo, podría denominarse la debacle climática.
De todos modos, así parezca un consuelo, mantener y consolidar un escenario en el que los países desarrollados, los emergentes y los demás puedan debatir en igualdad de condiciones, resulta plausible. Mucho más, ciertamente, si se entiende que la cumbre de Lima ha sido apenas una etapa para las discusiones de fondo, en París. Bien sea por la vía de la mitigación o la de la adaptación al cambio climático, el mundo requiere grandes dosis de financiación, nuevas tecnologías, mecanismos para establecer “pérdidas y daños”, programas adecuados para la gobernanza del agua e ingentes esfuerzos en la reforestación, entre muchas otras aristas necesarias.
Tómese no más el caso colombiano, responsable apenas del 0.37 por ciento de las emisiones hemisféricas, pero que hoy es uno de los países del globo más vulnerables al cambio climático. De hecho, no es sino revisar las tragedias de años recientes por lo demás sorteadas con billonarios recursos internos para exigir acciones globales de mayor envergadura. Un plan real de adaptación, en Colombia, donde el 70 por ciento de la población vive en la cuenca central del Magdalena-Cauca, exigiría, por ejemplo, unas cifras descomunales en el traslado, adecuación y asiento de los habitantes ribereños.
Lima, en todo caso, logró, por lo menos, reafirmar y poner sobre el tapete nuevas metas en el objetivo de limitar en 2°C el aumento de la temperatura. Inclusive el Fondo Verde debe contabilizar como propósito 100.000 millones de dólares, en 2020, destinados particularmente a mitigar los efectos en los países más pobres. Ello debe ser debidamente evaluado en París, de lo contrario se quedaría en la insuficiencia eterna.
En tanto y a nuestro juicio, el cambio climático sigue siendo un tema referido con exclusividad a expertos, organizaciones no gubernamentales o interesados en el medio ambiente, pero aún carece de un contenido social homogéneo. Falta, para ello, una gigantesca cantidad de pedagogía. Es a esto a lo que también tienen que apuntar las Naciones Unidas, porque no se trata solo de un nuevo modelo económico con sostenibilidad, sino del compromiso del orbe entero. Y ello debe comenzar por la gente.