- La génesis del desastre venezolano
- Corrupción se multiplicó sin límites
La crisis política del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela ha desembocado en la lenta agonía de un régimen que se resiste a morir, cercado por la comunidad internacional después de haber cometido todas las barbaridades, errores, depredaciones y atentados contra los derechos humanos, las instituciones y el buen gobierno. Todo lo cual derivó en convertir a uno de los países más ricos del mundo en una nación quebrada y un Estado fallido. No queda nada de ese promocionado ‘país estrella’ que la ‘revolución bolivariana’ decía promover bajo el liderazgo de Hugo Chávez, quien viajaba por el mundo ofreciendo a manos llenas petrodólares a los gobiernos que siguieran su modelo político populista.
Como se suelen olvidar las causas que llevaron al sistema democrático venezolano al descrédito y permitieron que Chávez llegara al poder, es del caso recordar que la corrupción se abatía por décadas sobre Venezuela, hasta la aplicación por parte del entonces presidente Carlos Andrés Pérez, durante su segundo gobierno, de las recetas del neoliberalismo salvaje, lo que produjo la quiebra de más de 10 mil empresas, multiplicando el desempleo y el descontento colectivo. No faltan los que defienden esas reformas, calificándolas de inevitables. Recuerdan que el mandatario no era el único responsable de la crisis y que actuó aconsejado por jóvenes economistas formados en Estados Unidos, según los cuales de no producirse ese ajuste el sistema económico implosionaría. La receta, sin embargo, sólo aceleró el inconformismo social y generó el llamado “caracazo” contra su gobierno.
Los conocedores no olvidan que Pérez nacionalizó el petróleo y pagó el costo girando un cheque de la tesorería nacional. Dicha medida, que se celebró con regocijo, fue sin embargo a larga la que llevó a la llamada “Venezuela saudita” a montarse en una suerte de tobogán presupuestal desde el cual se fomentó el despilfarro y disparó el gasto de los dineros públicos. Un país que venía siendo marcadamente rentista, de improviso y sin estar preparado para ello, asumió el control de los hidrocarburos y su inmensa plusvalía.
Al llegar el chavismo al poder, la empresa privada petrolera, apenas con 30 mil empleados, mantenía el país como la primera potencia productora de crudo. Sin embargo, el irresponsable y demagógico crecimiento de la burocracia y el despilfarro presupuestal, así como los propios altibajos del mercado mundial del crudo, empezaron lentamente a golpear la rentabilidad y producción.
Incluso, se recuerda que en el gobierno de Chávez, en medio de una huelga prolongada de los trabajadores del petróleo, se destituyó a miles de técnicos y se nombró a unos 100 mil simpatizantes del Ejecutivo que, desde la nómina oficial, empezaron a drenar a la estatal Pdvsa. Todo ello sin mencionar los negocios turbios y la falta de mantenimiento de la industria, todo lo cual aceleró el derrumbe de la compañía en pocos años. Hoy la producción diaria es muy baja y hasta se avecina un desabastecimiento total de gasolina.
Chávez era un desconocido oficial hasta el “caracazo”, cuando fracasa en la toma de Caracas y aparece en la televisión de gorra roja, diciendo que, por ahora, se rendía. Como se dijo que la intentona golpista era contra la corrupción en la que estaban inmersos los partidos tradicionales, desprestigiados a cual más, desde la prisión el coronel retirado se convirtió en símbolo del descontento nacional. Paradójicamente, los niveles de corrupción de esos tiempos palidecen frente al desangre al que, años después, el régimen chavista sometió al Estado y las finanzas públicas por más de dos décadas.
Lo cierto es que en un país con antecedentes militaristas nadie se sorprendió del auge político de Chávez, sin percatarse de que las bayonetas no sirven para reactivar la economía y menos aun cuando son combinadas con la utopía del “Socialismo del siglo XXI”.
Hoy por hoy con Nicolás Maduro el gobierno de Venezuela lleva una soga al cuello y se hunde cada día más en el pozo de su incompetencia, corrupción y la violenta represión. Según se denuncia en la Asamblea Nacional, bajo el gobierno del presidente interino Juan Guaidó, tan solo en el 2018 el chavismo vendió 73 toneladas de oro a los Emiratos Árabes y Turquía. Igualmente el Banco Central de Venezuela enajenó todo el oro no refinado producido en el país. Una vez agotada temporalmente esa veta, se lanzaron a la venta de las reservas en lingotes que tenían en el exterior. Por ello, además de la quiebra de la empresa privada, el sector público se hunde en la incompetencia y la moneda nacional perdió todo el poder adquisitivo. Esa es la ruta crítica que explica cómo la otrora potencia petrolera hoy agoniza de manera lenta y dolorosa.