El arranque en forma de la discusión en la Mesa de Negociación entre el Gobierno y las Farc sobre el tema de las víctimas del conflicto armado impone, de entrada, varios retos en los que será necesario aplicarse a la metodología ya probada en un año y medio largo de tratativas. Metodología que dio resultados, pues ya hay acuerdos parciales sobre los puntos de desarrollo rural, participación política y narcotráfico, restando, entonces, los de víctimas y terminación del conflicto.
Como se sabe, el pasado 7 de junio las partes firmaron un mecanismo para agilizar las discusiones en la Mesa. Allí se acordaron tres mecanismos. El primero es una subcomisión técnica integrada por miembros de las dos delegaciones con el fin de preparar la discusión del “Fin del Conflicto”, el último punto sustantivo de la agenda. El segundo mecanismo busca crear una comisión histórica del conflicto y sus víctimas, conformada por expertos, con el fin de orientar y contribuir a la discusión de ese tema. Y el tercero, dar paso a una subcomisión para asegurar que todo lo acordado y lo que se vaya a pactar tenga un adecuado enfoque de género y brinde garantías efectivas para que las mujeres puedan gozar de sus derechos.
Uno de los aspectos más importante en el tema de las víctimas, en donde se acordaron diez principios rectores de la discusión, fue precisamente que repararlas era el enfoque central del proceso, bajo la tesis de que no hacerlo haría imposible sentar las bases para una paz estable y duradera.
Entre esos diez principios rectores, además de la histórica decisión de las Farc de reconocerse como victimarias, está el aspecto de la participación en el proceso de paz de quienes han sido afectados por el conflicto. Se decidió en este sentido que se enviaría a La Habana una primera delegación de víctimas para que hablaran con los negociadores, al tiempo que se convocarían tres foros en nuestro país para conocer todas sus expectativas y puntos de vista.
El problema aquí es que es tal la cantidad de víctimas que ha dejado la guerra en Colombia y tan profundas sus tragedias, que una gran mayoría de sus voceros quieren hacer sentir su voz, en vivo y en directo, ante la Mesa de Negociación. Eso es más que justo y nadie está tratando de restringirles el derecho a exigir justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición. Sin embargo, dada la metodología pactada para avanzar en el proceso y siendo imposible escuchar a todas las víctimas en La Habana, es necesario racionalizar y ordenar esa participación. No todos pueden viajar y resultaría ofensivo, de paso, establecer criterios subjetivos para saber quiénes, por la gravedad de su drama o el nivel de afectación, son los más indicados para hablar ante los negociadores. Además, no se puede permitir que siendo tan extendida y bárbara la violencia en nuestro país, la voz de los miles, millones de víctimas, termine formando una especie de Torre de Babel en la que nadie escuche ni entienda nada.
La idea de la Mesa es que viaje una “primera delegación plural e incluyente de víctimas a La Habana”. Aterrizar esa premisa a la práctica no será nada fácil, de un lado por la multiplicidad de afectados por la guerra y, de otro, porque sería ingenuo desconocer que hay ya asomos de protagonismos en los voceros de los distintos sectores y nichos de perjudicados por la guerra.
Como se dijo, no será nada fácil concretar esa participación de las víctimas en La Habana. Habrá que acudir al ingenio e incluso a las ayudas tecnológicas para que esa ventana hacia la Mesa sea amplia y representativa, cuidando eso sí que no se dilate el ritmo del proceso de paz.