* El lastre de la antidemocracia
* Varias crisis agravan nuestros problemas
Por estos días el país se ha estremecido por cuenta de la violencia social, que sorprende a todos aquellos que con la banalidad de costumbre sostienen que hace rato pasaron los tiempos en los cuales el pueblo salía a las calles, que con los medios de comunicación actuales la política es de recintos cerrados, de capilla, de roscas, de grupos de presión, de cenáculos en los cuales se deciden los grandes asuntos de Estado. Y agregan, el pueblo no es más que un sujeto pasivo, maleable como el barro y la plastilina. Al que se manipula con encuestas, con datos que se minimizan o se abultan al acomodo del que las contrata. Y si los sondeos de opinión certifican que el pueblo colombiano es uno de los más satisfechos del mundo, esa es la verdad revelada. Las cosas van de maravilla en un país en el cual se perdió la capacidad de asombro. Y las capas oficiales se confían y creen en las encuestas amañadas, en una visión burocrática e idílica del entorno. Así que de improviso todos se sorprenden cuando irrumpe la protesta social. Que viene a mostrar el enorme abismo que existe en Colombia entre lo rural y las grandes ciudades. Entre la gente ruda que trabaja de sol a sol en los campos y los citadinos.
Cuando lo conservador tenía en Colombia una Weltanschauung, en su antigua acepción alemana de concepción del mundo, junto con un arraigado sentido de justicia social y del bien común, la política no descuidaba los asuntos del campo que se consideraban de seguridad social. Y la primera condición del buen gobierno, promover la alimentación de los suyos. Con el tiempo el predominio de otras políticas, como del neoliberalismo salvaje, consiguió rebajar la Weltanschauung conservadora, esa visión del microcosmos que le permitía promover el desarrollo del agro, lo mismo que impulsaba la industrialización y modernización del país. Los nuevos economistas que seguían a rajatabla el modelo neoliberal extremo vinieron a decir que se debía dejar a los campesinos a su suerte, que debían producir más barato y se volvían más competitivos o sucumbían. El país no podía darse el lujo de comprar alimentos caros a los productores colombianos, cuando se podía importar de otras partes la canasta familiar a bajos precios. Y como la población de los campos se trasladó en masa a las ciudades, dejó de tener interés para los políticos obsesionados por la compra de votos. Lo que, sumado al sistema que aprobó la Carta de 1991 de las senadurías nacionales, convirtió la disputa por el Congreso en un asunto de dinero y no de tesis o ideas. Prevalece la antidemocracia y las regiones más abandonadas de la periferia, signadas por la violencia, se quedan sin voceros en el Senado. En cuanto cada senador tiene que hacer una mini-compaña presidencial por todo el país, a un costo de miles y miles de millones. Lo que en la práctica deja sin representación a los Departamentos con menor población, de manera que el equilibrio democrático que debe existir en cuanto a la representatividad entre unas regiones y otras, se quebró. Es así como las regiones donde se cultiva la tierra pierden la representación al Senado y dejan de importar cada vez más a los políticos, que las abandonan a su suerte. Siendo que, precisamente, por sus necesidades y afugias son las que más necesitan de voceros de sus intereses en el Congreso. Lo peor es que algunos senadores -no todos, por supuesto- sostienen que como compraron los votos no tienen compromiso con nadie, menos con los campesinos de Colombia.
La Weltanschauung conservadora que pretendía tecnificar el campo, mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, hacer infraestructura y de manera paralela impulsar el crecimiento industrial, que tenía entre sus objetivos aumentar los ingresos de los trabajadores a favor de elevar su calidad de vida y posibilidades de consumo, para salir del círculo vicioso del atraso, no tuvo en el poder un gobernante que favoreciera con mano dura el impulso al desarrollo como los países asiáticos, que estando más atrasados que nosotros en los años cincuenta, hoy nos superan. Y vinieron los TLC en cadena, que han sido fatales para el campo y para la industria, cuando apenas se experimentan los primeros resultados. Que, a su vez, favorecen importantes sectores de la economía. El país no comprendió en su momento la propuesta del desarrollismo de Álvaro Gómez, que sería el último intento de una Weltanschauung conservadora, que nos habría permitido realizar una política nacional de desarrollo humano cultural, rural y citadino. Entonces se dijo que las fuerzas del mercado debían regular el desarrollo, lo mismo que los diversos sectores de la producción o sucumbir. Y se proclamó que el Estado no debía intervenir en los asuntos de la economía, cuando lo conservador desde 1886 con Rafael Núñez, defendía la intervención del Estado en favor del desarrollo y el bien común.
Con la crisis y la revuelta de los de ruana, el Gobierno conforma comisiones apresuradas para resolver la situación, intentar aliviar el drama del campesinado condenado a la quiebra por la competencia desigual. Entre tanto, la debilidad institucional que nos agobia se agrava por el abismo que existe entre las ciudades y el campo, por la violencia en la periferia y la quiebra del productor. En las barriadas de las ciudades crece la descomposición social y se multiplican los nacimientos. Lo que sumado a la anarquía creciente y la confusión generalizada, agravan el desconcierto y los problemas En momentos como estos que la noción política conservadora de la Weltanschauung debe ser atendida por el Gobierno para producir con las demás fuerzas de orden un gran vuelco político-económico. Si no se toman esas medidas políticas la crisis se agrava y la descomposición social crecerá, como ya ocurrió con fatales resultados en otros países de la región azotados por el descontento de las masas que cayeron en las garras de la izquierda populista.
La debilidad institucional que nos agobia se agrava por el abismo que existe entre las ciudades y el campo, por la violencia en la periferia y la quiebra del productor