*Nos hirieron el alma
*El infierno de Dante
Se trata de comentar el drama que acongoja a los colombianos de una joven diseñadora atacada de manera sorpresiva y aleve con ácido sulfúrico, cuando estaba en su hogar, en un edificio con las garantías que ofrece a sus inquilinos el sistema de vigilancia en las zonas del norte, donde se cuenta con servicio privado de seguridad, inmensas paredes de ladrillo a manera de barreras almenadas, como de rejas a la entrada del lugar. En ese tipo de edificaciones los moradores se sienten seguros, protegidos de los riesgos de la calle o del hampa que en la noche deambula a sus anchas por esas zonas. En uno de los departamentos donde vive con su madre estaba Natalia, una joven alegre, trabajadora, que compartía con la progenitora el manejo de un negocio de modas. Al parecer había llegado al atardecer a su casa y oía música, como solía hacerlo para relajarse y desfrutar la intimidad del hogar. Ese día, jueves 27 de la semana pasada, según sus amigos y familiares, estaba sosegada y positiva como siempre.
Miles de jóvenes agraciadas de su misma edad en Colombia y en el mundo, viven los mejores momentos de sus discurrir, se dedican a su profesión y ven con sano optimismo el futuro. Con lo que ganaba en el trabajo independiente con su madre tenía para darse ciertos lujos y pensar en el porvenir, quizá, en organizarse con su pareja y compartir el mañana, tener hijos, realizarse en todo sentido. Entre tanto, le gustaba leer, departir con sus amigas y salir de cuando en cuando con su novio. Su trasegar de la casa al trabajo, le daba una existencia tranquila, inocente de los peligros que asechan a todos en una ciudad como Bogotá, donde proliferan millones de seres unos más civilizados que otros, con algunos bárbaros que no siempre son fáciles de identificar. No sintió ningún pálpito, ni emoción, ni temor cuando alguien timbra en su casa y le dice que tiene que hablar con ella, con alguna excusa plausible. Sencillamente, bajó a la puerta principal del edificio a ver de qué se trataba, acaso de una razón, en fin. Sin saber que todo cambiaría en un instante fue sola al encuentro fatal, como cuando se quiebra una rama en el bosque.
Al otro lado de la reja del edificio la esperaba un sujeto enfundado en una capucha que en una noche oscura y sin luna, impedía que se le viera claramente la cara. Según los investigadores llevaban un tiempo merodeando por el lugar, familiarizándose con la zona, observando a quienes entraban y salían, conociendo sus rutinas y horarios. Es posible que algunos cómplices le colaboraran en esa exploración criminal, para no despertar sospechas. En esos casos, suelen calcular los tiempos de llegada, la misma cobardía del ataque, saben de los lugares que deben evitar para eludir elementos de la autoridad. Dicen que viajó por la ciudad de sur a norte, en el Transmilenio, confundido con las personas que se apretujan a esa hora para llegar a su destino. Lo cierto es que el delincuente estuvo en la calzada de la cuadra donde vivía su víctima, calculando los últimos pasos a dar, hasta que pasó un transeúnte, lo dejo seguir y casi de inmediato se incorporó y resolvió proceder contra su víctima. Súbitamente, ambos estaban frente a frente, ella cándida y sin sospechar nada, tan inocente como una paloma y como tal, cuando menos lo esperaba el monstruo le lanzó el ácido sobre su rostro, dos veces. Por milagro la muchacha cerró los ojos y por tal razón no quedó ciega.
Según el abogado de Natalia, el penalista Abelardo de la Espriella, se trató de un premeditado intento de asesinato. Como se sabe el ácido sulfúrico es un compuesto químico común de uso industrial, que se emplea para variedad de fines, entre otros, para los fertilizantes. Prohibir la venta del ácido sulfúrico es como prohibir la gasolina, son productos ligados a la sociedad industrial. Al lanzar el ácido por dos ocasiones en el rostro y el cuerpo de la muchacha, no quedó la menor duda de la intención homicida del desalmado criminal.
En estos momentos los colombianos son solidarios con Natalia y hasta los incrédulos rezan por su recuperación, sin que el castigo que reciba el infame compense jamás su atrocidad. Para ese demente, solo queda el peor lugar en el infierno de Dante.