La trama panameña | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Agosto de 2014

Conjura de los banqueros

Rafael Núñez y el canal interoceánico

 

No sin hacer un gran esfuerzo para vencer la atonía  y el malestar que produce recordar y revivir los tiempos en los cuales por diversos errores políticos cometidos a lo largo de la historia republicana nos cercenaron el territorio de Panamá, apenas con movilizar un par de barcos de guerra de los Estados Unidos y sin disparar un tiro, el Gobierno no tuvo  que utilizar anestesia para calmar a la opinión pública al conocer la noticia fatal  de que nos habían arrebatado la zona más estratégica del país, puesto que el pueblo que había participado a veces voluntariamente y con  entusiasmo, otras enganchado por la fuerza en las guerras civiles, en el interior, quizá bajo el efecto de la chicha y el guarapo, como por la falta de formación política, no entendió el terrible significado para nuestro destino de esa derrota. Sin que los lanudos sabaneros que tomaban brandy, aspiraban rapé y se deleitaban escribiendo poemas, asumieran  la magnitud de la tragedia política. La que en Panamá denominan como su Independencia de Colombia y aquí con el eufemismo de la pérdida de Panamá,  como si se tratara de la referencia a la  desfloración  de una inerme virgen.

El desinterés colectivo por la pérdida de Panamá es abismal, denota la ausencia de sentido espiritual de la historia y del propio sino. No se han vuelto a editar las obras de varones ilustres como Juan Bautista Pérez y Soto, ni las de Óscar Terán, nativos de Panamá, quienes nunca aceptaron que la Patria Grande fuese cercenada. Pocos recuerdan que meses antes de morir en Santa Marta, Bolívar buscó un préstamo inglés para iniciar las obras del Canal de Panamá. El vacío testimonial y de interpretación se traduce en la ominosa venda que les impide  a los colombianos ver y valorar la vergonzosa tragedia de Panamá. No entienden que esos oscuros episodios del despojo y la conjura internacional  condujeron a que fuese cercenado el territorio y frustrados los empeños bolivarianos de constituir una potencia regional. Nos sacaron  del control de un Canal que iniciamos los colombianos a finales del siglo XIX en asociación con los franceses, cuya empresa se quebró por cuenta de la conjura de los banqueros y hermanos Seligman de Nueva York, como lo reseña casi que, involuntariamente, el rabino e historiador Jacobo Schiff. Fueron los Seligman, quienes movieron como marionetas a los Morgan, los Cronwell, los Bunau-Varilla, al mismo Roosevelt y especulan con las acciones del Canal en Francia, captan  a Hearst quien con sus diarios ambienta el despojo en los Estados Unidos y mueven los hilos de la conjura en Bogotá y la región. Por desgracia, Colombia con dos mares, aún no ha entendido su destino marítimo en la región, en el Atlántico y el Pacífico. Lo mismo que en su tiempo pocos colombianos captaron que al ser vulnerada la soberanía nacional de Colombia en Panamá, se deshonraba la República y se encogía como una tela de mala calidad el suelo patrio. Los Estados Unidos por la inteligencia y la audacia de sus dirigentes crecían y los herederos de la Gran Colombia eran emasculados en Panamá, con la complicidad de funcionarios abyectos  como el pérfido Huertas.

En algún número de la revista Credencial se devela  por primera vez en Colombia, la magnitud de la conjura de “los banqueros y la pérdida de Panamá”. Dice allí: “Los Seligman reciben, inicialmente, 300.000 dólares de la época, por un servicio que no podía costar a valores de ese tiempo más de 37.000 dólares. Allí arranca su formidable intriga, que los llevará a promover toda suerte de negocios dudosos cuando la quiebra estrepitosa del barón Fernando de Lesseps, al facilitar que la nueva compañía del Canal en los Estados Unidos, venda acciones entre el público. Los Seligman, con la compañía Drexel & Morgan y la Compañía Winslow & Lanier, asociados al Banco de París, son desenmascarados por estar incursos en la operación más grotesca de compra de conciencias que salpicó al Gobierno de Francia y, desde luego, al de los Estados Unidos, y al de Colombia, incapaz de defenderse militarmente o impedir que el oro de los banqueros de Nueva York defina la conjura por la segregación de nuestro territorio”.

Esos desventurados tiempos de la mutilación de Panamá han quedado atrás. En la actualidad, Panamá se regocija al celebrar cien años de la existencia del Canal, cuya construcción se inició a finales del siglo XIX en el Gobierno de Rafael Núñez, quien empieza su carrera política en Panamá y al que en esta efeméride se ignora allá y aquí. Es oportuno recordar que el estadista del Cabrero se esforzó por mantener la unidad nacional resquebrajada por el federalismo disolvente y las guerras civiles.