*Contradicción y complejidad política
*¿El sacrificio o tolerar la iniquidad?
En ocasión de cumplirse 60 años del golpe de Estado del 13 de junio de 1953 contra el gobierno del presidente Laureano Gómez, cuando por sus graves quebrantos de salud ejercía, temporalmente, desde el 5 de noviembre de 1951, el designado Roberto Urdaneta Arbeláez, los medios de comunicación comentan el aniversario, varios escritores y políticos han dado su versión y descripción histórica de los hechos, quienes no siempre enfocan el asunto en su verdadera dimensión, fuera de que se han cometido algunos dislates, unos de manera deliberada y otros por falta de ilustración sobre los acontecimientos o miopía y carencia de objetividad. Un Editorial no pretende esclarecer el tema ni mucho menos desvirtuar la desinformación al respecto de las versiones interesadas que se han conocido en estos días, simplemente, se trata de sacar el tema histórico-político del pantano de la propaganda partidista que oscurece más los asuntos y tiende a deformarlos y hasta falsificarlos.
Al intentar retrotraer al presente el momento político del medio siglo XX; estábamos entonces en lo internacional en plena guerra fría. En Bogotá durante la IX Conferencia Panamericana que se efectúa en el gobierno de Mariano Ospina Pérez, los Estados Unidos, enfrascados en disputa mundial con el bloque de países comunistas que orienta la Unión Soviética, buscan organizar en un frente común a los países hispanoamericanos contra el comunismo internacional. Los tentáculos del terrorismo se movían desde Moscú en donde ejercía el poder el padrecito Stalin, para debilitar el empeño diplomático de Washington en la región, y a la inversa. Esa confrontación que sacude varios continentes cobra la vida del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, en Bogotá. Las turbas incendian parte del centro de la capital. El Siglo arde y los criminales buscan a los jefes conservadores para asesinarlos, los agitadores lanzan contra el Gobierno la especie del asesinato del jefe de la oposición, incluso un periódico de Maracaibo publica la noticia con unas horas de anticipación. Trasciende que desde Venezuela, la caravana oficial que ingresa por la frontera viaja cargada de armas, pese a que Rómulo Betancourt le ofrece respaldo al gobernante. Fidel Castro quien, entonces, no era precisamente una monja, se estrena como agitador en Bogotá, algunos dicen que lo vieron minutos antes, cerca del café el Gato Negro con Roa Sierra, asesinado por las turbas por disparar contra Gaitán. Laureano Gómez sale de la Cancillería y se va al exilio español. El liberalismo elitista que había sido arrinconado por Gaitán, quien se había tomado por asalto la jefatura del partido, regresa al poder en coalición con Ospina.
Por esos dictados políticos de la guerra fría los Estados Unidos apoyan diversas dictaduras en la región de signo anticomunista, entre otras, la de los Somoza en Nicaragua, Trujillo en República Dominicana, Pérez Jiménez en Venezuela, Alfredo Stroessner en Paraguay, Batista, en Cuba. En tanto Juan Domingo Perón, en Argentina, intenta forjar su tercera posición para sobrevivir a la caída del Eje, con su tesis de no a Washington y Moscú. Laureano Gómez asume la conducción del Partido Conservador, favorecido por el apoyo irreductible que brotaba de la conciencia colectiva. Su formidable oratoria electriza a las masas. La audaz campaña incluye los pitos en el Congreso y la movilización del partido en todas las regiones y aldeas del país. El Gobierno, cercado, rompe con el liberalismo y acepta la inatajable candidatura de Laureano Gómez, quien no tiene contendor al declinar su candidatura Darío Echandía, que alega falta de garantías. Gómez no tenía muchos amigos en los Estados Unidos, puesto que por diversas razones, algunas de tipo religioso y la campaña negra que desde aquí ensayaban sus contradictores liberales y la izquierda, lo presentaban como un sobreviviente del fascismo, siendo que siempre se mostró como un convencido y duro crítico de Mussolini, de Hitler y de Stalin.
El mandato de Laureano Gómez coincide con el juego de las potencias tras la II Guerra Mundial, que se traduce en guerras de baja intensidad, con miles de muertos como en Corea. El Presidente envía tropas colombianas a luchar allí, lo que nuestros soldados cumplen en lejanas tierras con heroísmo sombrío. En Washington observan con preocupación la crisis y división conservadora en Colombia, junto con la aparición en los campos de guerrillas que apoyan algunos jefes liberales desquiciados, que sin saberlo impulsan su propia versión de Frankenstein. La ruptura inevitable entre Ospina y Gómez estremece a la opinión cuando el segundo pronuncia por la radio su terrible catilinaria contra su antecesor, que buscaba la reelección. Los hechos de violencia se suceden casi con la misma intensidad de los desencuentros del partido de gobierno. En el extranjero no le perdonan a Gómez, que en un gesto nacionalista inusual se atreviese a fundar Ecopetrol y manejar los recursos nacionales para el desarrollo, cuando ni siquiera Venezuela tenía refinerías en su país. Washington, como lo hizo en otros países de la región, se inclina por gobiernos de mano dura y corte militar, lo que facilita el golpe, que desde la sombra alienta Mariano Ospina Pérez, quien tenía gran influjo entre los oficiales, en particular en su antiguo ministro el general Rojas Pinilla. El detonante del golpe es la noticia que le llega a su lecho de enfermo al presidente titular Laureano Gómez, sobre la tortura al industrial Felipe Echavarría, por cuenta de esbirros de Rojas. Por tal razón y defender los derechos humanos intenta reasumir el poder. Urdaneta pretende disuadirlo y le advierte que va a precipitar un golpe militar Gómez responde: “sería peor aceptar la iniquidad para que no ocurriera”. Como Sansón, prefiere que el templo caiga sobre todos los filisteos, dado que con su salud minada no podría gobernar.
Laureano Gómez, desde el exilio, explica las razones de su lucha política y del golpe. Señala como punto de partida la defensa de la pura doctrina desde 1930. Cuando “el régimen, al no alcanzar mayoría en las primeras elecciones, acudió a procedimientos de corrupción para torcer los resultados. Simultáneamente empezó la violencia, respaldada por aquel gobierno. Víctimas de ultrajes mortales fueron campesinos humildes y se generalizó un espectáculo desconocido y horripilante, el asesinato como medio de acción política”. Explica que desde entonces hasta el golpe del 13 de junio, asume la defensa de los oprimidos y funda El Siglo para expresar sus ideas. Cierra el mensaje con su famosa sentencia: “Ay de la patria colombiana, si el partido conservador no comprende que todo el destino se encierra en la defensa de la justicia”.