La concepción de un mundo en paz, donde se proscriban las confrontaciones es una aspiración loable, que diversas organizaciones internacionales se han empeñado en difundir. No obstante pareciera que tan noble propósito es una quimera difícil si no imposible de alcanzar.
En el desarrollo de los pueblos, la tendencia a la lucha ha sido una constante. En tiempos del Imperio Romano, los bárbaros solían incursionar y atacar, no solo allí sino gran parte de Europa. A esto las legiones del Emperador respondían; a pesar de su número y entrenamiento, en ocasiones buscaban alianzas con otros grupos para enfrentar a las hordas de invasores. Célebres las tres guerras púnicas contra Cartago por hacerse al control del Mediterráneo; todas fueron ganadas por Roma.
En el discurrir del mundo el enfrentamiento ha sido signo que ha marcado la historia de las naciones. Las fronteras se establecieron luego de duros combates, y los ganadores trazaban los límites. El que perdía salía afectado y se reducía el mapa territorial. Así se marcaron las fronteras. Y desde esas épocas que se pierden en la noche de los siglos quizá empezaron a fabricarse elementos artesanales de ataque o de defensa, como los trozos de pedernal o afiladas piedras de los hombres de las cavernas. Luego las lanzas, más tarde las espadas, todas ellas predecesoras de las de fuego. Seguramente el auge de las armas se dio luego de la invención del revólver por Samuel Colt. En Alemania, que libró dos guerras mundiales, se incentivó la fabricación de tanques, grandes factorías del acero, en tiempo de paz, en los de guerras entraron a satisfacer la demanda de material bélico. Y también se inició la investigación y estudio para la elaboración de la bomba atómica; antes los cohetes.
Hoy la industria de las armas, tanto pequeñas, livianas como las más modernas herramientas de ataque, que utilizan los ejércitos del mundo es muy poderosa. Incluye aviones de combate, con una tecnología que raya en la ciencia ficción. Aquí cabe la frase de un filósofo respecto a que ‘la civilización no suprime la barbarie, la perfecciona’. Hay ‘bombas inteligentes’. Y resulta ‘primitivo’ el método empleado para el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki; ahora es mediante proyectiles teledigiridos que cruzan miles de kilómetros hacia su objetivo, sin riesgo de falla. A menos que sean interceptados por otros.
Así que la esperanza de que algún día se proscriban las armas está distante. Algo se logró en los tratados firmados entre la antigua URSS y Estados Unidos para reducción del arsenal nuclear. Sin embargo, muchos países poseen instrumentos bélicos nucleares, otros pugnan por tenerlos. En lo de las armas convencionales, como fusiles, rifles, pistolas, revólveres las factorías continúan produciéndolos. Es obvio que la demanda no disminuye y más en países como Estados Unidos, donde es permitida la tenencia de armas. Allí la facilidad para adquirirlas es motivo de preocupación por los múltiples casos de alienados que han protagonizado tiroteos indiscriminados con elevado saldo de víctimas fatales. Quienes están por controles drásticos no han podido contra la influencia de la industria de armas.
Es evidente que hay consumo, pedidos de armas, tanto de gobiernos como de grupos clandestinos, guerrillas, en revoluciones como las ocurridas en países del norte de África, la que se desarrolla en Siria, donde el gobierno está bien pertrechado y los rebeldes también, en Libia lograron derrocar al dictador Gadafi, los insurrectos que estaban bien pertrechados.
Los argumentos para desatar conflictos abundan. Por eso la industria de las armas está en evolución tecnológica permanente. En estos días hubo Exhibición y Conferencia de Fuerzas de Operaciones Especiales sigla en inglés (Sofex), en Amman, la capital de Jordania, con lo último en ciencia bélica. Se mostraron armas pesadas, para maniobrar desde helicópteros, con la más avanzada tecnología.