*Pensamiento social conservador
*La injusticia neomarxista
Sin duda, la Carta Política de 1991 trajo numerosas innovaciones, algunas positivas, pero también propició la agudización de diversos problemas en un país en el cual el Estado había de improviso crecido demasiado, ocupando espacios que suelen ser exclusivos de los particulares y entrado en atribuciones dispendiosas y costosas, lo que lo debilitaba, así aquí se confunda el desarrollo del Estado con su crecimiento vegetativo. En torno a la forma como debía organizarse, han surgido algunas disquisiciones en los partidos políticos, en su mismo seno y entre diversas fuerzas; esa discusión no llegó a mayores puesto que no se definió claramente la clase de Estado que querían unas y otras fuerzas, en tanto la minoría marxista estaba por llegar, por la fuerza, al poder para consagrar la dictadura del proletariado. La subversión aprovechó la anarquía que nos acosa y con apoyo urbano se desplegó por la periferia de la nación. En algunas oportunidades amagó con atacar los grandes centros urbanos y apenas consiguió efectuar algunos actos terroristas, muchos de ellos por contrato con el hampa común. Las Fuerzas Armadas, el apoyo aéreo y los servicios de inteligencia mejoraron, al punto que las Farc perdieron a sus principales jefes y los que sobreviven son perseguidos.
En lo que se refiere a estrategia militar y la táctica, como a la experiencia y eficacia de nuestras tropas, están entre las más valerosas, mejor preparadas y con mayor mística de la región. Su eficiencia y sacrifico ha sido tal que impiden una ofensiva desesperada de las Farc y bajo presión militar los subversivos entraron en una nueva negociación de paz, en La Habana. El presidente Juan Manuel Santos, con los resultados positivos en los acuerdos sobre tierras, desarrollo rural y participación política, sumados a los económicos, imagina desde Europa a los agentes de las Farc en el Congreso. Resulta clave la negociación que se desarrolla en estos momentos sobre el complejísimo tema de los cultivos ilícitos y ese multimillonario negocio. Acabarlos depende en gran parte de la capacidad del Estado y la sociedad para desarrollar esas regiones que han sido azotadas por la violencia recurrente a cada bonanza económica, puesto que allí impera la ley del más fuerte y se adolece de la infraestructura para edificar la civilización. Ya se sabe que después de la explotación minera o coquera, las regiones languidecen y vuelven a la barbarie secular y la miseria. El Chocó, de donde salieron toneladas de oro en el siglo XVIII, XIX Y XX, es un elocuente ejemplo de ese fenómeno de vivir al día de los trabajadores, en tanto se explota el oro y las ganancias se las llevan otros, sin que se invierta en el país. Por ello se vuelve a la penuria primitiva. Y en las zonas con predominio de las Farc se repite esa situación, puesto que los trabajadores de las minas obtienen por su labor una miseria y los subversivos negocian la producción en el mercado internacional, como lo denuncian prestigiosas revistas del exterior haciendo referencia al oro y el coltán en el Guainía. Y las cosas no son mejores en Cuba, donde la revolución reconoce los salarios más bajos del mundo a los profesionales y trabajadores, que por la inanición generalizada crónica escapan de la Isla en busca de la libertad.
Es curioso que nuestra clase política se ufane de manejar la política al azar de la intuición y los negocios, desdeñando en algunos casos los estudios sobre la realidad social. Quizá, influidos por la corriente económica que sostiene que los problemas sociales dependen de las leyes del mercado y se arreglan solos. Los conservadores y los liberales de orden, así como los conocedores de la historia social del país, defendemos la inervación del Estado para mejorar la condición socio-económica del hombre. Es tal sentido sería fundamental que en La Habana participaran elementos conservadores que puedan aportar en ese campo y enriquezcan la negociación con su experiencia política. La negociación de paz seguirá coja en tanto lo conservador no esté en los diálogos. La paz nacional pasa por el concurso del conservatismo en la misma.
Es curioso que en el siglo XIX, el estadista Rafael Núñez, creador del Estado moderno y los fundamentos mínimos para favorecer al hombre dentro de los principios del bien común, fuera un político que consultaba a los pensadores sociales como Herbert Spencer, el Conde de Saint-Simon, y, entre otros, a un Augusto Comte. En el siglo XX, el conservatismo moderno sigue la línea del cambio y entiende que para desmontar el discurso de la lucha de clases y la iniquidad social es preciso desarrollar el país y elevar la condición humana de nuestro pueblo. Tema en el cual dirigentes de otras tendencias estuvieron de acuerdo y apoyaron iniciativas como la Creación del ISS, la Caja Agraria, Ecopetrol y los avances sociales de hacer socios de las empresas a los trabajadores, compartiendo con ellos los beneficios en las utilidades. En el gobierno pasado fue la Banca de las Oportunidades. Esos y otros temas faltan en La Habana.