*Modelos de vida distintos
*El servicio castrense y sacerdotal
La política y la vida militar tienen que ver con el Estado y el buen gobierno, desde marcos diferentes. El político en el rol de la democracia se gana el apoyo popular en las campañas electorales, para lo cual debe adular al elector, participar en toda suerte de eventos proselitistas, prometer ayudas y favores por doquier, sonreír a todos, repartir saludos y abrazos. Es un gran relacionista público y un animador, por lo menos cuando está en campaña. Su misión será ejercer el poder o legislar. Para mandar se supone que debe tener diversos conocimientos en casi todos los campos, en especial ser un buen conocedor de los hombres con la finalidad de rodearse de los mejores si quiere hacer una obra importante de gobierno; en caso contrario, con ojo clínico deberá escoger medianías, figurones, comparsas, firmones que sigan sus órdenes sin chistar. Lo que tiene sus peligros en cuanto esos individuos son presa fácil de los traficantes de influencias, de los contratistas, de los astutos elementos del Régimen que se mueven a sus anchas por los diversos despachos del Gobierno y el Congreso, puesto que no se identifican con ninguna ideología y su objetivo es medrar y sacar provecho económico.
Existen cómicos que les enseñan actuación y el arte de hablar a los aprendices de políticos, lo mismo publicistas que los venden como los jabones, el dentífrico o sofisticados perfumes. Entre algunos desmirriados candidatos y candidatas que se presentan como redentores de la izquierda o populistas de derecha, la diferencia de los tiempos de la candidatura a la transformación que sufren al llegar al poder es sorprendente. Los maquilladores y estilistas transforman a una exguerrillera en apacible ama de casa, que gobierna un país vecino. Una cabaretera hereda el poder de un gran conductor de masas en Argentina y varios de sus sucesores son de distinto signo político, sin salirse del peronismo. Por efectos de esas metamorfosis el temido Mujica en Uruguay, que pretendía colgar a las oligarquías, hoy es admirado como el Presidente más pobre del mundo y un buenazo. Algunos sienten nostalgia por el comandante Chávez, al compararlo con su sucesor que parafrasea a Jesucristo, convirtiendo en injurias contra la inteligencia sus parábolas.
Los militares no dependen de maquilladores, ni pueden darse el lujo de cambiar de discurso a voluntad, ni volverse sofistas de la noche a la mañana, que de un día para otro defienden una causa y luego la traicionan o se cambian de camiseta a su antojo, con tal de salir elegidos o alcanzar sus ambiciones. El soldado lo es por vocación, como el sacerdote, ambos entran desde muy jóvenes en esas antiguas instituciones y cada cual se compromete a servir a Dios y la Patria, lo que exige enormes sacrificios, penalidades, esfuerzos, disciplina y hasta exponer la vida. Y serán sacerdotes o militares hasta el fin de sus días. El político del común suele cambiar de postura, puede serlo por un tiempo, volverse burócrata, técnico, asesor, ejercer diversos papeles, incluso fungir de anti-político y despotricar contra sus émulos, durar 20 y más años haciendo política y sostener que está por reformarla. Lo que muestra la ridiculez y la banalidad de la política colombiana, en la que deliberadamente se evita el compromiso ideológico, las propuestas de alguna trascendencia y todos quieren estar en el terreno de la indefinición mental. Se prefiere el lugar común, lo convencional a lo concreto sobre los problemas nacionales y la lucha por grandes ideales. Apenas cuando se llega a las esferas de la alta política, por excepción, los grandes conductores de pueblos comparten con los soldados el noble espíritu militar y misional de la vida.
La institución castrense debe estar por encima de las triquiñuelas políticas, bajezas y traiciones que abundan en el recodo del camino, de las intrigas para descalificar a unos y elevar a otros. No es conveniente la politización de los soldados, puesto que como la sociedad les da armas podrían caer en la tentación de resolver sus disputas a tiros. Muy seguramente la senadora Alexandra Moreno tiene las mejores intenciones al pretender aumentar la injerencia del Congreso y la política en la vida militar, sin atender el peligro de las manipulaciones políticas en los ascensos, que podrían minar y dividir la institución. Le sobra razón al senador Telésforo Pedraza, para oponerse al sesgo político y la degradación de los militares, en un país en donde los soldados que defienden las instituciones corren el riesgo de ser tratados como delincuentes por la justicia y terminar sus días en prisión, en tanto los subversivos y enemigos del Estado gozan de la impunidad, con posibilidades de trepar a los más altos cargos públicos del brazo de una sociedad tan torpe y ciega, como la francesa que gobernó con aciaga y trágica fortuna Luis XVI.