LA crisis de los partidos tradicionales en Colombia tiene que ver con la irresolución de varios de los problemas nacionales, como el conflicto armado. La esencia de lo conservador es la instauración del orden, su defensa y como consecuencia el manejo del cambio. El estancamiento político induce a una situación similar a la que se observa con el agua, que es un elemento esencial para la vida, el día que el agua desaparezca del planeta se hace imposible la sobrevivencia del homo sapiens. Cuando el agua se estanca, en poco tiempo al dejar de correr se degrada y contamina, pierde el oxigeno, las impurezas la convierten en liquido pestilente y portador de enfermedades que afectan de manera peligrosa la salud y existencia humanas.
Y en el hombre, cuando la sangre deja de fluir, se producen alteraciones que pueden llevar a la gangrena. Algo similar ocurre con el medio social que requiere para su conservación y supervivencia del cambio. En el talante conservador, como lo detectó en su momento Álvaro Gómez, desde antes de la existencia de la República, el elemento conservador contribuía a la estabilidad del sistema, con mayor razón en la República, cuando tuvo la oportunidad histórica de contribuir al apoyo del cambio y la obra magna del Libertador de crear la Gran Colombia. Lo mismo que entiende su proyecto de un Estado fuerte que permita que en estas naciones nuevas se instaure el orden, para evitar que se perpetúen la anarquía y la violencia. En ese momento el pensamiento del Libertador y sus proyectos constitucionales, bajo el imperativo de consagrar el orden, enfrentan la resistencia y oposición de elementos que lo siguieron en su lucha por la libertad y que no entienden su política civilizadora, por lo que propugnan por instituciones que favorecen el poder de los caciques regionales, los que instintivamente luchan por debilitar el poder del Estado central y unitario. El Libertador Simón Bolívar se esfuerza por reformar la Constitución e ir por un Estado fortalecido mediante el democesarismo, que imponga el orden por varias generaciones para constituir un gran país, al estilo de lo que significó el orden secular en los Estados Unidos o Inglaterra, para el desarrollo. Surgen las dos grandes fuerzas históricas que se han disputado el poder en Colombia, con diversa suerte y que en muchas ocasiones han estado juntas para superar grandes escollos.
La discusión es tan vieja como nuestra sociedad. Para el conservador el objetivo de la política es consagrar el bien común. No sigue el precepto de dejar hacer y dejar pasar. Apoya la intervención del Estado. Entiende que su misión es la de reformar para conservar, lo que implica plantear tesis nuevas, de convocar a la población para que consiga las altas metas que propugna. Y hablar de orden significa buscar la paz. Por tanto estamos por instaurar la paz mediante el uso de la fuerza o con la negociación, en el entendido que la violencia en Colombia tiene que ver con la ausencia del Estado en el 70 por ciento del país. Lo mismo apoyamos el empeño heroico y los sacrificios de nuestras Fuerzas Armadas por combatir a los enemigos de la sociedad que por las armas intentan apoderarse del poder. Hemos estado indistintamente con los que, en un momento dado, han defendido políticas de paz, por medio del uso de la fuerza legitima como Guillermo León Valencia y Álvaro Uribe, como los avances que en mayor o menor grado en tal sentido hicieron Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria, Andrés Pastrana y en la actualidad intenta el presidente Juan Manuel Santos.
Hoy respaldamos ese propósito pacífico con más razón que nunca antes; a finales del siglo XX se decía que ninguna fuerza armada o revolucionaria podía enfrentar al Estado con las armas y métodos avanzados actuales de represión, era el fin de la insurgencia. Hemos visto después de la primavera árabe cómo caen las satrapías más antiguas, con fuerzas represivas despiadadas, apoyados en arsenales gigantescos y con capacidad de contratar mercenarios. Lo que debe poner a nuestra sociedad en estado de alerta. Estamos viviendo las ventajas de los grandes ingresos petroleros y la exportación de otros minerales, que superan el 70% de las entradas por las exportaciones, lo que significa que en una crisis en los mercados internacionales el desplome de los precios de las materias primas sería mortal para nuestro desarrollo. Lo mismo que para la paz interior.
Desde la óptica conservadora y de las fuerzas de orden, de la U o los liberales o de cualquier signo afín, la paz implica llevar el desarrollo a la periferia, hacer infraestructura y viable una existencia digna en las zonas en las que ha imperado la violencia. Hacer justicia, fomentar la educación, financiar carreteras, llevar electricidad, favorecer el crédito, devolver el respeto por la vida humana en esas zonas.