- Dos años después del “Acuerdo del Colón”
- No se copó el territorio ni derrotó el narcotráfico
Hay distintas formas de analizar lo que han sido los dos años de la firma del acuerdo de paz entre el gobierno Santos y la entonces guerrilla de las Farc. Una primera es la referida a hacer un inventario de la accidentada implementación del pacto, señalando responsabilidades en los éxitos y falencias en la misma respecto a temas puntuales como la desmovilización, justicia transicional, reinserción, entrega efectiva de bienes, reparación a la víctimas, ingreso a la actividad política, niveles de reincidencia criminal y cómo está el blindaje jurídico y político de todo lo negociado… Es decir, lo referente a qué ha pasado entre el Estado y la porción de subversivos y cabecillas insurgentes que aceptaron someterse al acuerdo habanero y cuáles son sus perspectivas una vez llegó a la Casa de Nariño un gobierno diametralmente opuesto al que impulsó y concretó el dicho pacto.
Si se abordara esta óptica habría que concluir que efectivamente el desarrollo de lo suscrito ha tenido muchos altibajos, con constante cruce de acusaciones y señalamientos de responsabilidades entre las instancias del Estado y la exguerrilla, hoy convertida en partido político. Si bien es cierto que la implementación es un proceso con etapas a corto, mediano y largo plazos, para nadie es un secreto que hubo una gran diferencia entre lo determinado teórica y hasta utópicamente en la negociación habanera y lo que en la práctica y las realidades colombianas se ha podido avanzar.
Una segunda forma de analizar lo ocurrido al cumplirse dos años del llamado “Acuerdo del Colón” se enfoca en visualizar no tanto el cumplimiento de los compromisos entre las partes firmantes, sino vislumbrar qué pasó con las grandes metas que se fijaron al privilegiar la salida negociada entre la guerrilla más grande del país y el Estado, tras cinco décadas de cruento y degradado conflicto armado. Esas grandes metas eran, primordialmente, dos: la recuperación del predominio institucional en los territorios en donde operaban las Farc y la derrota del narcotráfico, al ser este el principal combustible de la guerra en Colombia.
Si se revisa qué ha pasado con cada una de ellas, la conclusión más objetiva es que ninguna se cumplió a cabalidad, e incluso podría decirse que el panorama hoy es tanto o más complejo que cuando se inició la negociación en Cuba. Las Farc se desmovilizaron en un componente importante, aunque con un bajo número de combatientes y sí muchos milicianos, pero el Estado falló en proceder a copar los territorios en donde operaban los frentes subversivos. Ni la Fuerza Pública se lanzó a asegurar de forma permanente esas zonas que por años estuvieron bajo dominio o influencia insurgente, como tampoco los ministerios y demás entidades del orden nacional, regional y local hicieron presencia efectiva allí para revalidar el predominio de la autoridad legítimamente constituida y actuante para proteger los derechos humanos de la población y disminuir sus necesidades políticas, económicas, jurídicas y sociales más sentidas. Al no existir ese copamiento territorial se dio margen de acción para que las disidencias de las Farc -cuya dimensión se desconocía dos años atrás-, el Eln, las bandas criminales emergentes, los carteles del narcotráfico, minería ilegal, deforestación y de otros delitos de alto impacto se lanzarán a una lucha sin tregua para hacerse al dominio de esas áreas ¿El resultado? Hay un evidente y peligroso rebrote de la violencia aunque con un cambio de victimario.
En cuanto a partirle la columna vertebral al narcotráfico, una vez las Farc salieron del convulso escenario de esta guerra, lejos de un avance en la materia, lo que se registró en estos últimos dos años fue un retroceso sin precedentes. Hoy la extensión de narcocultivos ya está por encima de las 200 mil hectáreas -es decir cinco veces más que en 2013- y el potencial de exportación de cocaína supera las 900 toneladas métricas al año. Por igual, el microtráfico se disparó así como los niveles de drogadicción, especialmente en la población joven. Y, como si lo anterior fuera poco, los carteles mexicanos se expandieron a Colombia, en asocio con disidencias, elenos y Bacrim.
Habrá muchas teorías para tratar de explicar por qué esas dos grandes metas tras la firma del “Acuerdo del Colón” siguen sin cumplirse. Unas con alguna validez y otras desgastadas por el rifirrafe diario de partidarios y contradictores del pacto. Pero lo cierto es que más allá de algunas cifras de disminución de la violencia antes atribuible a las Farc, hay nuevos actores del conflicto y la población, sobre todo de las zonas más aisladas de los centros urbanos y capitales, si bien han oído hablar mucho del posconflicto no lo han empezado a experimentar de forma sustancial.