EL político populista catalán, Artur Mas, ha mantenido por meses en vilo la unidad política española, en medio de la peor crisis económica de las últimas décadas, un flaco favor para el gobierno central en su afán de tratar de poner la casa en orden. Con su prédica separatista ha conseguido figurar casi a diario en todos los medios de comunicación, atrayendo a unos y recibiendo palo de sus contradictores. En el pasado se sancionaba a los segregacionistas con penas de prisión, como un atentado contra la patria, la unidad nacional y el destino común, sanciones que se eliminan durante el gobierno de Rodríguez Zapatero. Lo cierto es que Mas trató de aprovechar la angustia y desesperación de los catalanes para descargar las propias culpas en el gobierno de Mariano Rajoy, así como en el esfuerzo demagógico por capitalizar la tendencia al separatismo de un sector de la población con miras a aumentar su poder y ser reelegido. Los catalanes se distinguen por su gran iniciativa en los negocios, la capacidad de trabajo y defensa de sus tradiciones.
La capital de Cataluña, Barcelona, es una de las ciudades más bellas e importantes de Europa. Por su geografía están muy ligados a Francia y por siglos se destacan en el comercio vía el Mediterráneo. El tamaño de su economía los coloca en el cuarto lugar en España según el PIB, después del País Vasco, la Comunidad de Madrid y Navarra. Los catalanes por su condición de pueblo dedicado al trabajo, por tener salida al mar, ser tan competitivos y por la calidad de sus productos, tienen de hecho una gran autonomía y gozan de una cierta independencia. No tanto como para ir al albur de convertirse en un pequeño país en la zona euro, que tendría enormes gastos burocráticos como tal y que seguramente le iría peor que de seguir siendo parte importante de España. Las rencillas y rivalidades que de siempre han tenido con otras regiones de España son manejables, su papel como minoría entre las minorías en la zona euro sería muy vulnerable. Se cree que lo que busca Mas, no es tanto romper con España, quiere que le rebajen las cuotas para pagar sus deudas y más elasticidad y ayuda del gobierno. Cataluña ha sido una de las zonas del país que más se benefició de los recursos nacionales y el apoyo económico de la UE.
Artur Mas, para cumplir sus objetivos políticos intentó quitarles las banderas a los verdaderos separatistas radicales. Sin mayor éxito. Al adelantar las elecciones en el convencimiento de que las ganaría, se ha llevado un fiasco, perdió 12 diputados y es evidente que, pese a tener el gobierno y el gran esfuerzo demagógico que hizo, en vez de aumentar su influencia en la opinión, perdió un numero apreciable de diputados. Varios analistas europeos y de los Estados Unidos, sostienen que ganó el separatismo. Para eso suman los votos de todos los partidos soberanistas, lo que no da una cifra exacta dado que muchos de los que votan por esos partidos lo hacen por diversas razones, no siempre para apuntalar el separatismo. Los porcentajes de las elecciones muestran que existe una división de la opinión; se calcula que el 44% de los catalanes está por la unidad de España, por la secesión por Cataluña un 36%. Es evidente que la exasperación y la amenaza de peores días, como las duras medidas de ajuste de Rajoy, exacerbaran la animosidad contra Madrid. Lo mismo que los antagonismos partidistas han contribuido a radicalizar posiciones.
La verdad de a puño es que ni a Cataluña ni a España les conviene una segregación del país. La unidad de España les sirve más. Le corresponde a Rajoy tratar de limar asperezas con otras fuerzas políticas catalanas y distender la relación con Mas, puesto que de todas formas salió reelegido. Ello implica que éste debe responder por 900.000 parados, que de seguir las cosas tan mal pueden llegar al millón, lo que con una población que no llega a los 8 millones de habitantes, podría tornarse en una situación social explosiva. Y lo peor es que Artur Mas, fuera de afirmar que sigue con su proyecto segregacionista, no sabe cómo enfrentar la crisis en nivel local, puesto que su actividad disolvente favorece más la anarquía y el desorden, que la seguridad jurídica. Con grave daño para la inversión extranjera en ese país.