Promedio económico baja por Venezuela
Incierto referente comparativo de A. Latina
Desde luego es un error basar los pronósticos y posibilidades económicas del país sobre los registros que hacen las agencias multilaterales, en referencia a la América Latina, en esta ocasión la Cepal. Esto, desde luego, porque la dramática situación venezolana, un país de exclusiva renta petrolera, hace que la contracción económica para este año se repute en el -5,5%. De modo que, con ello, el promedio de crecimiento latinoamericano tiene una franca tendencia a la baja e impide ver el desenvolvimiento de los demás países.
En general, todos los países latinoamericanos, menos Venezuela y Brasil (-1.5%) presentan rubros positivos. Por encima de Colombia, cuyo índice de crecimiento es situado por la Cepal en 3,4%, hay varias naciones de la región: Bolivia, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Perú y Jamaica, entre otras. De hecho, Panamá está, por ejemplo en el 6,0%, Bolivia en el 4,5% y Paraguay en el 4,0%.
De modo que el promedio general del 0,5% de crecimiento latinoamericano no sirve en estas circunstancias para mostrar, como ocurre con los diferentes pronósticos de las agencias multilaterales una tasa homogénea, tanto en cuanto hay muchas divergencias entre las subregiones y entre los países mismos. Hay casos, por lo demás y ciertamente, donde los gobiernos han perdido credibilidad, incidiendo por descontado los factores económicos y la confianza en el manejo de la economía. El caso más notable es, claro está, Venezuela, cuyo régimen político no sólo ha ahuyentado las inversiones, sino que ha visto decrecer su raigambre populista a raíz de la depreciación en los precios del crudo. Pero igualmente está Brasil que, en otra proporción, tiene a su gobierno, por efecto de las corruptelas, en las cotas más bajas de popularidad posible, inclusive por debajo del 10%. El ambiente político que se vive en Brasil es verdaderamente asfixiante y ello, asimismo, afecta en la misma medida el ambiente económico.
Un pronóstico del 3,4%, también previsto por el Banco de la República para Colombia no es en lo absoluto bueno si se pretenden obtener tasas sostenibles que ronden el 5%, con miras a dar el salto hacia el desarrollo equitativo. Está claro que la afectación por la baja en la renta petrolera, de donde vivió Colombia durante sus últimos años, ha impactado negativamente y sus consecuencias tienden a generar desconfianza en el ámbito económico, puesto que la devaluación y las tasas impositivas han incidido en las inversiones. En general, pareciera que éste es simplemente un año de transición, donde muchas inversiones nacionales se han quedado quietas en espera de que el 2016 presente un panorama mejor.
Colombia es básicamente un país importador, por lo cual la devaluación es un fenómeno negativo. De suyo, las exportaciones de productos manufacturados son bastante exiguas y en todo caso para poder exportar se necesitan muchos instrumentos importados y tecnología de punta. La industria se mantiene de capa caída y los productos agrícolas aún no encuentran posibilidades para las exportaciones masivas, por fuera del café, como pudieran adelantarse si ya se hubiera resuelto el problema con los baldíos en la altillanura. Allí la parálisis de las inversiones es evidente y cada día se pierden más las esperanzas de que Colombia se convierta en la despensa alimentaria que debería ser. De otra parte, la drástica y reciente caída en los precios del oro, por fuera de la renta petrolera, también modificará las condiciones del mercado de exportación minera. Y no se ve en lontananza un producto que le permita seguir avanzando a Colombia, como lo venía haciendo, y que como la soya sacó en su momento a la Argentina de la crisis, dándole estabilidad.
Frente a todo ello, por descontado, sigue siendo un problema el tema fiscal, pero no puede resolverse todo con base en elevar tarifas e impuestos. Lo que interesa, por el contrario, es una economía activa, pues es de ahí de donde principalmente pueden acopiarse recursos estatales razonables. En cambio, asfixiar la economía con nuevas tasas, es aprisionar lo que se sostiene en estas épocas de transición.
Colombia venía creciendo al 6,6% en el 2011, y el pronóstico de 3.4% para 2015 sigue siendo preocupante e incluso incierto. Peor, claro está, creer que, con el bajonazo venezolano, el promedio latinoamericano es un índice para compararnos. Entendible, claro, que haya una desaceleración por la baja petrolera pero negativo, asimismo, tener que reconocer que para nuestra expansión nos debemos a la renta petrolera y minera, y no a mucho más.