Hoy arranca la Semana Santa, la mayor celebración sacra de la Iglesia Católica. El Domingo de Ramos recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén donde recibió las muestras de afecto de la multitud a su paso, agitando palmas. El jueves santo, el rito del lavatorio de pies que realizan los prelados con el Papa a la cabeza, en Roma, rememora el que hizo el Redentor de la humanidad a sus apóstoles. El viernes santo tienen lugar las magnas ceremonias que evocan el recorrido del Salvador del mundo hacia el lugar de la crucifixión, estaciones en las que soportó los más duros suplicios, y al final la muerte en la cruz y su sepultura, de la que resucitó al tercer día y compareció ante sus discípulos.
En la liturgia cristiana es evidente que los ritos de Semana Santa revisten especial solemnidad por su trascendencia y constituyen los de más afluencia de fieles. Los templos se llenan de gente de todas las edades, quienes reafirman su fervor en las cosas espirituales y desvirtúan la especie de que el consumismo y la tendencia a solo preocuparse por lo material han disminuido la fe.
En estos días santos miles de personas se desplazan por las carreteras del país hacia lugares de descanso, y aunque algunos los toman como de diversión, siempre habrá momentos para dedicar a actividades ajenas a la temporalidad, como la oración y la asistencia a los templos, donde los sacerdotes en sus sermones ratifican los postulados cristianos y los principios eternos que mantienen la fe por encima de las arremetidas de quienes solo tienen como propósito los quehaceres mundanos, el hedonismo. Sin embargo, estas manifestaciones de lo superficial no hacen mella en una institución como la Iglesia (madre y maestra) que sigue la senda trazada por el Salvador. Y en esta tarea misional la acompañan más de mil millones en el planeta. Reconforta el espíritu ver en concentraciones multitudinarias como la que se realizó no hace mucho en Brasil, donde estuvo el Papa Francisco, a la que concurrieron miles de jóvenes de todo el mundo, demostrando que los valores trascendentes del alma se sobreponen a la ambiciones y afanes de dinero, poder y dominio que son ídolos que tratan de predominar. La Iglesia es una institución milenaria que resiste estos embates y sigue en su misión eclesial como luz que penetra en el túnel de la liviandad y lo superfluo para llevar el mensaje de Cristo a todos los rincones del orbe. La Semana Mayor es la ocasión de reafirmar la doctrina y los valores tutelares de la cristiandad. Los millones de católicos presentes en los actos que recuerdan la muerte en la cruz de Jesús y su posterior resurrección reiteran la firmeza de los creyentes.
La Iglesia Católica después de más de veinte siglos de haber sido creada se mantiene incólume, y en cada época de la historia ha demostrado su fortaleza, sin desfallecer en su misión de difundir las enseñanzas de Jesucristo. En esta era moderna donde pareciera que solo hay interés por lo mundano, la Iglesia es un faro que orienta con sus enseñanzas a las generaciones actuales. Para cada tiempo surge un Pontífice especial con la inspiración del Espíritu Santo que guía los destinos de la nave de Pedro por la ruta del bien, del amor al prójimo. Precisamente el Papa actual Francisco, con su carisma y bondad está en una tarea de inmenso contenido espiritual, muy preocupado por las injusticias y la miseria en diversas partes del planeta. Lo que más ha sorprendido es su sencillez. Así interpreta las enseñanzas de Jesús que siempre tuvo como primeros en su corazón a los pobres. En esta Semana Santa que hoy se inicia, el Papa Francisco desde Roma presidirá las correspondientes ceremonias y el domingo de pascua la bendición urbi et orbe (a la ciudad y al mundo).