* Y otros hechos infamantes
* Dura respuesta a la pacificación
La tenebrosa matanza de siete policías en inmediaciones de Neiva es por desgracia otro recordatorio de que, aun habiéndose llevado a cabo un proceso de paz con las Farc, este grupo se dividió en las llamadas disidencias y reincidencias para continuar con la confrontación, muy lejos además de la seguridad humana que desde hace unas semanas es doctrina estatal.
En su momento, hace un lustro, se denominaron disidencias a los frentes de las Farc que de antemano hicieron caso omiso a las conversaciones de La Habana y, antes que desmovilizarse, pasaron de largo sin recriminación alguna por parte de los negociadores principales y mantuvieron o aumentaron su presencia en los reductos en los que actuaba la organización original. Y asimismo fueron posteriormente bautizadas como reincidencias las facciones que retornaron a las armas, en cabeza de su vocero en Cuba, Iván Márquez, ahora aparentemente en una situación de salud muy delicada en Caracas, aunque fue dado por muerto tras el atentado que sufrió hace unos meses en Venezuela.
En efecto, del proceso de La Habana para acá, tanto los máximos jefes de ambas facciones como cabecillas del siguiente nivel han sido abatidos o gravemente heridos, en varios casos en operaciones anónimas, mejor dicho, sin autor conocido, pero también fruto de la lucha encarnizada entre ellos mismos por mantener la preponderancia y el monopolio terrorista, proteger los corredores estratégicos del narcotráfico, sacar réditos de la minería criminal y lesionar a la población civil; no pocas veces, además, con la complicidad del régimen venezolano que, sin embargo, en las instancias actuales vuelve actuar de mejor amigo del gobierno colombiano de turno.
Ahora, todo apunta por parte de las autoridades a que las llamadas disidencias reaparecen, causando la espantosa tragedia cerca de la capital del Huila, detonando explosivos en una camioneta que llevaba a ocho policías, que por demás venían de hacer labores de bienestar social, y luego rematándolos sin misericordia alguna, con ráfagas de fusil, de lo cual uno pudo salvarse de milagro. Semejante exabrupto criminal no puede ser contestado sino con la contundencia de la Fuerza Pública, como parecería ser el caso a través de la creación de un puesto de mando unificado en la zona. Y, por supuesto, las familias de las víctimas deben recibir el debido cobijo y atención del Estado, faltaba más que no fuera así.
La seguridad humana comienza, efectivamente, con proteger la dignidad e integridad de la persona y los policías no pueden quedar en lo absoluto al margen de los postulados descritos en esa doctrina que no es original del gobierno, sino emitida por la ONU en 1994. Tomar los policías a mansalva, emboscándolos por sorpresa y luego prácticamente fusilándolos, es una conducta que, además de atentar contra el Derecho Internacional Humanitario, indica un claro propósito guerrerista que, de hecho, no se compadece en nada con la propuesta de cese de fuegos multilateral hecha por el gobierno para sondear los alcances de su consigna de pacificación. Pues bien, ya ahí hay una primera respuesta.
Los más avezados en temas de paz dirán que simplemente se trata de un posicionamiento de los terroristas para una eventual negociación, por lo cual también podrían pensar que solo le están “midiendo el aceite” al gobierno, pero bajo ese criterio el país se convertirá en un escenario abierto y consentido de barbarie y desolación. De suyo, el proceso de paz de La Habana solo fue posible luego de que el Estado doblegó la voluntad guerrerista de las Farc, de lo contrario otra sería la historia.
Por su parte, los análisis no resisten los hechos luctuosos que vuelven a ensombrecer el horizonte nacional. La Policía no solo es víctima de casos tan infamantes como el que ocurrió esta semana cuando un senador del Pacto Histórico, alicorado, impresentable y pletórico de arrogancia, acusó de asesino sin justificación alguna a un agente que lo llamaba a la decencia, sino que ve caer a sus miembros a manos de los asesinos verdaderos. Esa es la realidad.