*Oídos sordos del Gobierno
*Planeación: ¿piedra en el zapato?
Hace un año, cuando el “balconazo” en la Casa de Nariño, el presidente Gustavo Petro se explayó por horas a favor de las marchas y la protesta social. Incluso invitó al levantamiento popular y sostuvo que esperaba ver las calles repletas de gente en respaldo a sus reformas. Todo paró en nada. Hubo una muy exigua respuesta. Poquísimos lo acompañaron en el propósito. Y en eventos posteriores hubo de darse asueto a los empleados oficiales e inducirlos a que participaran de sus convocatorias para que su encrespada retórica no cayera en la hondonada y al menos no desfalleciera en la soledad irremisible.
El Congreso, en todo caso, no se dejó presionar. Asumió sus facultades, propuso de fórmula la concertación, pero de inmediato vio como todas las propuestas de ajuste, presentadas por diferentes partidos políticos, se encontraban contra un muro de terquedad y polarización ante unas reformas supuestamente intangibles y de carácter, no democrático, sino pontifical.
No obstante, a partir de los debates parlamentarios, el país se fue enterando de los irremediables daños que podían derivarse de las pretensiones gubernamentales frente al sistema de salud, la generación de empleo, la disposición de los recursos pensionales de cada colombiano, en fin, una serie de iniciativas de consecuencias impredecibles que, desde luego, están bajo la lupa de quienes no quieren, en el parlamento, que el país ruede por el abismo.
El pueblo, pues, se dio cuenta de que no se trataba de ningún “cambio”, según era el predicamento, sino de la alteración y destrucción de lo conseguido desde la Constituyente de 1991. Y que, si bien podía adecuarse en lo que fuera necesario, no así poner en práctica una estrategia de demolición sistemática. Esto frente a muchos indicadores favorables, especialmente al contrastarlos con una supuesta “tierra prometida” estatizante que, sin embargo, ya se había demostrado totalmente fracasada en los tiempos anteriores a la nueva Constitución.
En tanto, en medio de esa trayectoria inútil, la economía se desplomó hasta cifras históricas, la inseguridad campea por el país y existe una evidente neutralización de la Fuerza Pública desde las altas instancias gubernamentales.
No volvió a insistir, entonces, el Gobierno en recurrir a la calle, visto, además que desde “el balconazo” a hoy su favorabilidad permanece en un saldo abiertamente negativo, oscilando de modo intermitente entre 25% y 35% de precario respaldo a su gestión. Hasta que hace unas semanas, a raíz del proceso de designación de Fiscal por parte de la Corte Suprema de Justicia, la Casa de Nariño decidió de nuevo, con un rosario de trinos en que inclusive habló de una fantasiosa “ruptura institucional”, ensoberbecer la calle para presionar al máximo tribunal de la jurisdicción ordinaria. Maniobra que, por supuesto, le salió pésimo, aún si el entramado venía de antemano organizado con el adobo de ciertos pronunciamientos internacionales de factura inverosímil.
Ahora la calle ha dado un vuelco. La masiva y espontánea manifestación popular llevada a cabo ayer en diferentes ciudades del país contra las acciones, el estilo y las propuestas del gobierno es demostrativa de que la protesta pacífica, sin ninguna intermediación de la violencia ni manifestaciones pagadas, es suficiente para dejar en claro la insatisfacción reinante. Y que, ciertamente, frente a convocatorias anteriores ha venido tomando mucho mayor vigor y de continuar así se mantendrá como la opción popular creciente para acompañar a la institucionalidad en el amparo de la democracia. Porque, mucho más que los partidos políticos, lo que se vio fue un escenario donde sindicatos, gente del común y muchos sin agenda política pudieron plantarse frente a la destrucción pretendida.
Por descontado, como en efecto ocurrió, el presidente Petro, en vez de escuchar, puso la sordina de sus trinos sobre la multitud. Y todavía peor y acto seguido sostuvo, en la posesión del nuevo jefe del departamento correspondiente, que el sistema de planeación en el país ha sido la piedra en el zapato para “el cambio”. Es decir, otro de los tantos “enemigos internos” que suele aducir y que, por su parte, suelen ser parte primordial del andamiaje constitucional colombiano. Y que en su concepto es lo que no le permite gobernar. Mejor dicho, viene declarando que la Constitución es su peor enemiga.
Falso. Razón de más, entonces, para que pruebas populares como la de ayer mantengan su vigencia permanente. Porque no será a través de la demagogia y el populismo ni sepultando los rigores de la planeación democrática, fundamento del buen gobierno y el manejo legal del presupuesto, que este país puede encontrar la redención. Por el contrario, frente a la antidemocracia, más democracia.