LA evolución política de las instituciones a raíz de la entrada en vigencia de la Carta de 1991 y los cambios que trajo en todos los órdenes, siguen produciendo efectos en el conjunto de la sociedad y los partidos políticos. Sin que, necesariamente, cambie por ello el carácter de los colombianos ni las prácticas que surgen en el mundo caciquil. Lo que ocurre es que los feudos que manejan los votos cautivos, que inicialmente, fueron duramente golpeados, en especial por cuenta de los movimientos cívicos emergentes en las ciudades, se van adaptando a las nuevas situaciones. A su vez es notorio que los dos grandes partidos históricos, por cuenta de las divisiones internas y en algunos casos por la débil visión micro de la política, se desgastan en duras reyertas internas, de tipo personalista más que conceptual o ideológica, al tiempo que están horadados por la irrupción de otras fuerzas políticas.
En Inglaterra surgen los partidos políticos en el siglo XVIII dentro del régimen parlamentario.
Los unionistas o conservadores se denominaron “Tory” y la tendencia contraria de corte liberal “Whigs”, que fue de inclinación moderada, muy distinta al liberalismo jacobino posterior y a la francesa. Esas fuerzas han marcado, con notables excepciones, la política de esa democracia, que ha sido como un faro que influye en cuanto al buen gobierno en momentos cruciales de la historia.
Desde entonces distinguen los ingleses entre partidos políticos y facciones. Los partidos políticos históricos hacen la política macro y defienden su visión del mundo, las facciones apenas se ocupan en sus intereses personales o de grupo.
El bipartidismo prevalece en Inglaterra y Estados Unidos, como antes en Colombia. Al decaer el influjo de los grandes partidos en nuestro país se retrocede y se deriva en facciones. Eso explica que un personaje de primera fila y votos, sea sometido a las horcas caudinas de intereses electoreros y a la presión de la negociación del aval, como es el caso de Angelino Garzón.