* El temor de los ciudadanos
* Crecen inseguridad e impunidad
La inseguridad en Bogotá se está convirtiendo en un flagelo que agobia a todos los estamentos sociales, pese a que los medios se ocupan en el problema de manera saltuaria, cada vez que algún hecho escabroso de gran magnitud sacude a la sociedad. Es cuando se resaltan las estadísticas de casos en los cuales los asaltantes asesinan a las víctimas del “fleteo” como de la multiplicidad de delitos que se cometen cada minuto en una magnitud que las autoridades no alcanzar a conjurar, ni esclarecer y menos castigar. Lo mismo que los afectados en general ni siquiera hacen la denuncia por cuenta de trámites engorrosos a los que los someten o por desidia, desconfianza y temor sobre las represalias que el hampa pueda tomar contra ellas. Quienes han sido víctimas de la delincuencia se asombran de que su caso no se resuelva, que, en ocasiones, la autoridad no reaccione a tiempo por problemas de movilidad o de personal, en tanto cuando se trata del escándalo de un agente de una potencia al que asesina una padilla de atracadores en el norte de la ciudad, como por arte de magia aparecen los vídeos, los testigos y pronto se observa la eficacia policial.
Hechos como ese determinan que personas conocidas comenten que en alguna oportunidad ellos o sus familiares o amigos han pasado por la misma ominosa experiencia de tomar un taxi en la calle y terminar sufriendo el paseo millonario, mediante el cual les saquean las cuentas y cuando se enteran de que tienen importantes sumas de dinero los retienen hasta que desocupan las cuentas. En realidad, se trata de un secuestro, de una vejación cobarde del ser humano, en ciertas ocasiones por elementos que se desempeñan en un servicio público y que debieran tener condiciones de integridad y respetabilidad mínimas para desempeñar ese oficio. En el caso del agente extranjero asesinado por sus asaltantes salta a la vista que varios de sus colegas taxistas tenían conocimiento de sus andanzas criminales y quizá por temor o por absurda solidaridad no los denunciaban. Son valiosos los esfuerzos de los directivos de ese gremio por depurar a sus miembros, siendo una minoría la que se ha visto envuelta en horribles crímenes, pero en donde siguen individuos que carecen de las más elemental noción del civismo para ejercer un trabajo en el que está envuelta la seguridad del pasajero y de los transeúntes. Puesto que no solamente se presentan casos de inicuos asaltos perpetrados por un reducido grupo de facinerosos que se infiltran entre los conductores, sino que por manejar a alta velocidad, por imprudencia, por descuido, suelen precipitar accidentes en los cuales encuentran la muerte los pasajeros o las gentes de a pie. En estos casos las empresas en las que laboran cuentan con abogados que los defienden y los sacan de prisión con celeridad que sorprende, siendo muchos los eventos en los que esas “muertes accidentales” quedan en la impunidad.
Lo mismo se repite con el poderoso gremio de los transportadores. En los buses se dan frecuentes asaltos en los cuales los pasajeros son despojados de dinero y, por supuesto, del móvil. Se da el caso, según nos cuentan las víctimas, en los que el conductor cierra la puerta del vehículo, lo que facilita la acción del hampa. ¿Se trata de una reacción casual, de una consigna o de complicidad? No se sabe. Nos informan que a su vez las empresas y sus conductores son amenazados por bandas dedicadas a la extorsión, a las que se les paga en efectivo en unos casos, en otros se trataría de una cierta tolerancia por temor alos ladrones. Es así como miles y miles de personas que usan el transporte público son víctimas a diario de pequeños o de gravísimos delitos que se quedan las más de las veces en la impunidad. Combatir ese flagelo requiere no solo de cámaras en los buses, es necesaria una comunicación inmediata con la autoridad para que se produzca la oportuna reacción. Y a los delincuentes menores se les deben imponer penas de trabajo cívico en la ciudad, como ayudar a la limpieza y otras actividades.
Siguen ese orden de enemigos de la sociedad las bandas que en las barriadas se dedican al cobro de peaje a los parroquianos, las que son conocidas por la autoridad en particular desde que se han promovido los cuadrantes policiales; con el inconveniente de que los delincuentes conocen a sus víctimas o conviven con ellas, lo cual determina que las mismas por miedo no se atrevan a denunciarlos, puesto que si los detienen lo que no siempre ocurre, ya que se trata del testimonio de la víctima contra la palabra de su verdugo, al que no se le encuentra la suma que despojó, lo liberan por falta de pruebas o por cuanto al tratarse de un delito menor es excarcelable.
Y la inseguridad no termina allí, los dueños de los negocios de abasto deben pagar “comisión” a las bandas locales. Existe un fluido comercio de armas clandestino entre los criminales de Bogotá, mientras que se le niega al tendero que tiene un negocio el porte de armas para su defensa. Algo absurdo en una ciudad que en las horas de la noche se encuentra casi desamparada.
El drama de los millones de habitantes de la capital es mayor en cuanto convivimos con una ciudad desorganizada, insolidaria, timorata, egoísta y hostil a la autoridad. La que debe procurar ganarse a los habitantes mediante un ejercicio cívico y de mutuo conocimiento, sin caer en abusos cuando se trata de hacer cumplir la ley, para evitar casos deplorables como el de sembrar el pánico en un centro nocturno de la Avenida Primero de Mayo, que al transgredir el horario de cierre uno de los agentes policiales decidió lanzar gas en un recinto cerrado, acción homicida en la que ha podido causar una tragedia aún mayor. Es lamentable que un agente aislado empañe el buen nombre de una institución que a diario se esfuerza hasta el sacrificio por mejorar la calidad de su servicio y contribución al bienestar ciudadano en Bogotá.
El drama de los millones de habitantes de la capital es mayor en cuanto convivimos con una ciudad desorganizada, insolidaria, timorata, egoísta y hostil a la autoridad