Es evidente que los movimientos separatistas que se desarrollan en Ucrania son estimulados desde Moscú. El anterior primer ministro Viktor Yanukovich era definitivamente pro-ruso. Siempre insistió en que se debían celebrar acuerdos comerciales con Rusia y aunque tuvo reuniones con funcionarios de la Unión Europea -UE- nunca ocultó sus preferencias por la antigua URSS. Buena parte de la población mostró su desacuerdo por la pretensión de intensificar vínculos comerciales con los rusos. Más partidaria de convenios con la UE. Como no fue factible convencerlo, la presión constante mediante multitudinarias manifestaciones en la capital, Kiev, y otras ciudades le restaron gobernabilidad y no resistió. La rebelión que ocurrió el 22 de febrero lo obligó a renunciar. Dejó un país en permanente agitación.
Ahora el primer ministro Arseni Yatseniuk que preside un gobierno inclinado a Europa y Occidente denuncia que Rusia se propone desmembrar a Ucrania. Ya antes hubo referendo para anexar la península de Crimea a Rusia. De hecho perteneció a esta en la época de Catalina la Grande y fue una República de la URSS. La consulta la ganaron los partidarios de que esa provincia se adicionara al territorio ruso. El referendo crimeo fue declarado ilegal por el gobierno pro-occidental de Ucrania, en su momento, y Washington.
Las cosas se siguen complicando en otras partes del territorio ucraniano, como Donesk; los activistas pro-rusos continúan en su tarea secesionista. Ya proclamaron la creación de una ‘república soberana’ autónoma de Kiev. Desde la Casa Blanca no cesan los mensajes enviados a Moscú para que no siga la desestabilización de Ucrania, con la amenaza de sanciones económicas a la economía rusa. Los Estados Unidos reiteran su respaldo a una Ucrania libre del dominio de Rusia. En Europa seguramente van a ser más cautelosos. No hay que olvidar que Rusia es proveedor de gas en los países de la UE. En la geopolítica mundial juegan los intereses locales.
Se recuerda que la otrora poderosa URSS fue una de las dos potencias mundiales y a lo largo de la historia el pueblo ruso, siempre de inclinación imperialista. Desde los antiguos monarcas, Iván el Terrible, Pedro el Grande, Catalina, todos con la idea de extender su dominio. Y esto no cambió con la llegada de los bolcheviques que se dedicaron a ampliar su poder bélico y durante bastante lapso emularon con Estados Unidos disputando la supremacía universal.
Ahora, en el tercer milenio surge otro gobernante con inmenso poder, Vladimir Putin, que no oculta sus ambiciones de ampliar su radio de acción y el del territorio de su país. Ha sabido imponerse frente a Occidente. Su intervención respecto del conflicto en Siria, como aliado del gobierno de Bashar al Assad, evitó posible bombardeo de EE.UU. por el caso de los ataques del régimen de Damasco con armas químicas a civiles, lo cual fue comprobado. El gobierno norteamericano retrocedió y Putin ganó la partida.
También, con parsimonia ha venido trabajando su proyecto con la intención de modificar el mapa de la región vecina de países que fueron parte de la URSS. Quizá no lo hagan variar su actitud las probables sanciones económicas de EE.UU. Putin se ha mostrado hábil para manejar episodios complejos y no va a desistir tan fácil de sus proyectos expansionistas. Es una oportunidad que se le presenta sin mayor oposición. Aunque algunos hablan de una nueva ‘guerra fría’, el escenario hoy es muy diferente. Las escaramuzas van a ser en el terreno diplomático y de la economía y en esto los diversos intereses influyen.
Estos movimientos de Putin también están consolidando su imagen de líder popular. Aquí juega el nacionalismo de los rusos. Y este político audaz y calculador, abogado brillante que se graduó con tesis cum laude, no vacila en aprovecharlo. Es otro zar de los nuevos tiempos cuya figura ya la destacan como la primera en el escenario mundial.