La insólita ONU | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Febrero de 2024

El fin de un barco que hace agua

Un organismo vuelto una anécdota

 

Se puede decir sin temor a caer en error que es muy poco lo que tiene la ONU para mostrarle al mundo. Cada vez es más evidente la irrelevancia que padece. Posiblemente hace décadas, cuando finalizó la Segunda Guerra, gozara de prestigio y se mantuvieran grandes expectativas hacia el futuro. Pero sin duda hoy es una entidad, además de costosísima, superflua. Todavía peor: estorbosa. Hasta el punto de que si de pronto desapareciera del mapa tal vez nadie lo advertiría. Y ni siquiera sus deudos llegaran a condolerse.

Se sabe, ciertamente, que la ONU se fundó con el fin de conservar la paz mundial. En todo caso, suficiente con echar una somera mirada al planeta y confirmar el atronador fracaso actual. Será porque convertida desde el comienzo en un teatro para evitar que las dos conflagraciones de la centuria se repitieran, quedó de antemano constreñida a ser apenas una insípida derivación de la Guerra Fría, y ahora de lo que llaman su segundo capítulo.  

Es decir, expuesta a una magnífica sala donde los antagónicos triunfadores de la catástrofe de mediados del siglo XX pudieran encontrarse, y aún mostrarse los colmillos, pero simplemente dedicada a aguardar, comiéndose las uñas, a que los totalitarismos no volvieran a hacer del orbe un fiasco.

Sin embargo, hasta ahí, porque la ONU siempre ha estado a la saga de los acontecimientos. Incluso, siempre sometida a la contradictoria dinámica de su gestación que, por ejemplo, llevó a la “salomónica” división de Berlín, dejando afianzar la denominada “Cortina de Hierro” de Winston Churchill. Para no hablar de fórmulas intermedias, como la “temporal” de las dos Coreas, con el hoy demente suelto del Norte. O la impotencia frente a las confrontaciones de Vietnam, Irlanda y Afganistán. O la fragilidad ante los trepidantes fallos de la improvisada descolonización europea que, inclusive después de los estragos de Bin Laden e Isis y con todos los Husseines y Khadafys borrados del escenario, palpitan en lugares sensibles del planeta, acaso actualmente con mayor evidencia que nunca. En conclusión, países enteros derruidos ante la mirada atónita de la guardiana de la pacificación y concordia universales.   

En general, pues, la ONU ha vivido constantemente presa de las pugnas que por anticipado subyacían en el trasfondo de la derrota hitleriana y de las nuevas en las cuales, sean las que sean, suele naufragar en una especie de inercia temperamental, pese a la grandilocuencia de que hace gala. Y es por ello que, desde el principio sin dientes propios, permanece sujeta irremediablemente a un protagonismo político secundario del que, por tanto y como un pecado original, tal vez haya luchado con denuedo por salir: sin éxito.

Efectivamente, en la trayectoria de ese complejo de inferioridad quizá habría que decir, no obstante, que el organismo algo ha hecho por avanzar en retórica (aunque no sin sesgos) y recurre a ciertas acciones humanitarias aisladas, tal vez haciéndose perdonar su ineficacia política. Porque los postulados de la Carta de las Naciones, si bien propicios en la teoría, de inmediato se han estrellado contra la pared en la práctica. Principalmente porque la misma organización ha sido ante todo incapaz de meter en cintura a su cúpula directiva. Al efecto bastaría con revisar las contradicciones ideológicas y el choque de intereses que animan a los exclusivos países miembros permanentes del Consejo de Seguridad para confirmar la insalvable imperfección genética del órgano multilateral en mención. Y la imposibilidad de superarlos a través de los tiempos.

Por eso la Corte Penal Internacional apenas tiene alcances minúsculos y periféricos. Y convenios, como los del cambio climático, jamás son vinculantes, a pesar del cacareo irremisible. De hecho, fueron ciertos países por aparte, y no la ONU, los que actuaron con diligencia en procura de una vacuna contra la agobiante pandemia del coronavirus, mientras que sus advertencias, por lo demás, fueron tardías. En tanto hoy, en el frente político, el mundo ya sabe que el reciente asesinato del opositor Alekséi Navalni, en Rusia, quedará impune y que los derechos humanos seguirán siendo un aspecto de menor cuantía frente al dinamo que representa China en la economía orbital.

En estos días, precisamente, cuando se cumplen dos años de la invasión rusa a Ucrania, la situación antes descrita ha vuelto a llamar la atención con creces. Porque si hay algo en lo que hoy nadie tendría asomo de duda y que ya hace parte del consenso internacional del día es eso: la nulidad de la ONU. Y si a esto se suma la paradójica actuación frente a los terroristas de Hamás y la velada contemporización con el secuestro, además con instituciones adscritas de favorecedoras del terror, pues la tapa. Porque la ONU ya no solo sería inútil, sino abiertamente lesiva a los propósitos de paz que deberían alentarla.

Podrá ser mucho el anecdotario que la asiste: los zapatazos de Nikita Kruschev, los interminables discursos de Fidel Castro, hasta las pantomimas de Hugo Chávez… Pero siempre habrá que saber que la paz del mundo no vive de anécdotas.