La acusación contra la dirigente de la oposición en Venezuela, Corina Machado, sobre un absurdo complot para eliminar, presuntamente, al presidente Nicolás Maduro, desde el mismo momento en que se conoció en los medios de comunicación, se evidenció como inconsistente y carente de credibilidad. Las dudas aumentaron cuando trascendió que el fundamento del entuerto judicial se sustentaba en una anónima denuncia vía internet, según informaron las autoridades del vecino país para justificar el inicio de un proceso penal que muchos señalan tiene claros tintes políticos.
La incredulidad siguió en aumento al enterarse la opinión pública de la identidad de los supuestos conspiradores, a la postre dirigentes reconocidos como políticos demócratas e insobornables. En muchos sectores internos y externos se entendió, entonces, que se trataba de una maniobra para acallar a la oposición, puesto que Machado es una de sus líderes e incluso ya había sido defenestrada de su curul de diputada de manera arbitraria e ilegal, por dar una conferencia en el exterior.
Ayer Machado, en el momento de acudir en Caracas a la cita en los despachos judiciales, a la que llegó escoltada por varios dirigentes de la oposición, hizo saber que, a su juicio, “el régimen está derrotado”. Se reafirmó en su inocencia y explicó que se la pretendía amedrentar acusándola de un delito impensable, puesto que ella lo que busca es que Maduro salga del poder y responda por la ruina que padecen los venezolanos. Aun así dijo que acudía a la diligencia para “enfrentar la infamia”.
El Gobierno, a su vez, dejó saber que obraba en defensa de la justicia y el orden, y que no permitiría que la revolución que encarnó el fallecido presidente Hugo Chávez se vea amenazada por la acción de unos cuantos sediciosos, sobre los que debe caer todo el peso de la ley.
En medio de ello, Venezuela se encuentra exangüe en sus finanzas públicas, con una deuda externa de 230.000 millones de dólares, comprometido el 60% del Producto Interno Bruto, un barril de petróleo en crisis de precios y el 80% de la canasta popular importada. Es un país que baila en la cuerda floja al borde del colapso.