Conflicto en Ucrania se complica cada día más
Coletazos internos y externos de la conflagración
A seis meses de iniciarse la invasión rusa a Ucrania cada vez parecería alejarse más, de una parte, cualquier intento de negociación mientras que, de otra, se consolidan los factores elementales de una guerra prolongada.
No es, desde luego, una buena noticia para el planeta, dando curso a una geopolítica inédita, al mismo tiempo que permanece la volatilidad de los precios de la energía; se mantiene la espiral inflacionaria global; se agudiza la afectación de las monedas nacionales frente al dólar; y la ruptura en la cadena de suministros se vuelve un aspecto ordinario del comercio internacional. Y si bien se han logrado treguas para exportar ciertos alimentos vitales para el mundo, también es diciente que la incertidumbre continúa como un claro síntoma de que el fondo de la cuestión está lejos de resolverse.
De hecho, uno de los aspectos centrales, además del drama humanitario y la hecatombe que se vive al interior de Ucrania, ha sido constatar la deplorable fragilidad de Europa ante su dependencia energética de Rusia y otros elementos que han puesto de presente los obstáculos que se creían hace tiempo superados sobre el destino de ese continente, antes ejemplo de solidez y autonomía.
En ese orden de ideas, países como Alemania han tenido que regresar al carbón. Y por supuesto no deja de ser una gran paradoja, causada por la guerra ruso-ucraniana, que mientras en la teoría se habla de transición energética acorde con los postulados precedentes para combatir el cambio climático, por el contrario, en la práctica se esté regresando a las condiciones más rudimentarias y críticas de la energía frente al medio ambiente. Lo cual no deja de ser una alternativa ante el vaivén de los precios del petróleo y la falta de claridad en cuanto a la oferta energética mundial de mediano y largo plazos. En efecto, desde hoy los europeos se preparan para un invierno cuyos resultados dramáticos están por verse, dependiendo de los caprichos rusos frente a la administración del gas.
En principio, los países occidentales, liderados por el gobierno de Joe Biden, descargaron sobre la figura de Vladimir Putin las posibilidades de terminar prontamente con la invasión. En ese sentido, se establecieron todo tipo de mecanismos y sanciones financieras, diplomáticas y políticas (ahora pasando también al terreno de lo turístico) para sofocar, tanto al dictador como a Rusia y sus connacionales, mientras paulatinamente se fue acrecentando la ayuda militar a Ucrania con el fin de conjurar la incursión militar. Pero hasta el momento las represalias no han sido eficaces. Putin permanece orondo en el Kremlin y no cede un ápice en sus propósitos de unificar y anexarse, por lo pronto, la amplia región ucraniana sobre los mares Azov y Negro.
Inclusive, el mismo Putin sostuvo en días recientes que hasta ahora estaba iniciando la embestida militar y faltaba la parte más considerable de la “operación especial”, sin que diera más luces al respecto. En tanto, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ha dicho que no iniciará ningún tipo de negociación hasta que no se retiren todas las tropas rusas de su territorio.
Y en medio de todo ello ya se han comenzado a “calentar” de secuela otros lugares del planeta, como el muy sensible caso de China y Taiwán. Y a ello se suma, por supuesto, que ya Finlandia y Suecia han pedido su ingreso a la OTAN frente a eventuales amenazas rusas, abandonando su neutralidad, lo que de por sí es un elemento adicional de la nueva geopolítica.
En ese orden, frente a la conflagración de Ucrania y a seis meses de su inicio, cuando incluso se ha llegado a hablar de una Tercera Guerra Mundial, lo que hay de conclusión no puede ser más que: puntos suspensivos... Puntos suspensivos que encierran la más grande incógnita internacional desde que Adolfo Hitler merodeó por este mundo.