· Templos de puertas abiertas
· El sacerdote de sotana blanca
En Hispanoamérica no nos sorprende el contenido de austeridad y compromiso con los humildes de la exhortación del Papa consagrada en su Evangelii Gaudium, que dio a la luz el martes pasado. En nuestra región, al mismo tiempo que arriba Cristóbal Colón, llegan los sacerdotes y misioneros, que, como su nombre lo indica, tenían la misión de evangelizar. Si bien, por lo general, se mencionan las hazañas de los aventureros y conquistadores que se adentran en un mundo para ellos desconocido, en el cual fueron muchos los que pagaron con su vida la curiosidad de hollar zonas donde antes ningún europeo había estado, puesto que en el trópico las enfermedades que los agobian al contraerlas algunas eran mortales. Y en el olvido están las tumbas donde se borraron los nombres de verdaderos mártires de la Iglesia que ofrendaron sus vidas en sitios apartados por expandir el evangelio. Es cuando por primera vez la historia se hace universal en cuanto todas las partes del globo se reconocen, de la misma manera como se extiende el cristianismo por el orbe. Para la Iglesia Católica es un acontecimiento extraordinario por cuanto el Papa Alejandro VI, tras negociaciones diplomáticas con Fernando e Isabel, declara en la bula Inter caetera de 1493, que les otorga el dominio de estas tierras con la misión de evangelizar a sus habitantes. Así que ese sentido militar y religioso es el que alumbra la razón de ser del Imperio Español en Hispanoamérica, que desde el momento que se pisa tierra se consagra a Dios y la corona, en misma forma que va acompañado de la presencia religiosa que será definitiva para provocar una nueva legislación y un trato humanitario a los aborígenes, algo que no se acostumbraba en esos tiempos ni en Occidente ni aquí.
Por esas épocas surgió entre nosotros el sacerdote de sotana raída, el misionero que expone su vida por hacer amistad con el indígena, que vive con ellos en sus aldeas o que los catequiza en las poblaciones que erigen en distintas regiones. Esos sacerdotes conviven con las tribus, conocen sus necesidades, escriben las primeras gramáticas en sus lenguas y se convierten en apasionados defensores de los indígenas, en franca disputa con las autoridades enviadas desde España o de los criollos descendientes de conquistadores que controlan los ayuntamientos y campos. Así que para la Iglesia en Colombia, la austeridad y el sentido de entrega religiosa al servicio de las comunidades no es nuevo, la excepción han sido los sacerdotes cortesanos y dados a las exquisiteces de la vida muelle. Lo que no quiere decir por eso que la Iglesia renuncie a los bienes terrenales, pues no es lo mismo hacer voto individual de pobreza, como en el caso de la Compañía de Jesús, a la que pertenece el Papa Francisco, que dejar en la indigencia la institución o convertirla en mendicante.
Lo que busca el Papa Francisco es que la Iglesia en las zonas donde ha caído en la pasividad y peca por la abundancia de sus recursos en cierta desconsideración e insolidaridad con sus propios feligreses, retorne a ser “abierta y misionera”. Se trata de volver a “la esencia del Evangelio”. Explica la Iglesia que se trata de un trabajo que comenzó en el Sínodo de Obispos del 7 al 8 de octubre de 2012, dedicado a sacerdotes, religiosos y laicos, con la finalidad de promover la “Nueva evangelización para la transmisión de la fe”. Lo que el Papa Francisco busca es lo mismo que viene predicando desde el momento que asumió la sucesión de San Pedro, que la Iglesia y las iglesias sean “más misioneras” y “más creativas” con la finalidad de que: “No encerremos a Jesucristo en nuestros esquemas aburridos”.
El Sumo Pontífice impulsa una purificación espiritual que le permita a las jerarquías de la Iglesia movilizarse a favor de los humildes, de la depuración espiritual, del compromiso con la sociedad, se trata de la “nueva evangelización para la transmisión de la fe". Y predica con el ejemplo, dado que lleva una vida limpia, austera, de sacrificio por su credo y quienes lo profesan, sin descuidar el bien de la humanidad y atraer a quienes les falta la orientación espiritual.
Entre las directrices del Papa Francisco se destaca la que señala que procura una Iglesia “accidentada y herida por salir a la calle que a una enferma por el encierro y aferrada a sus comodidades”. En su elevado fin de exaltar la evangelización y el fervor religioso se fundamenta un cambio estructural de la institución para beneficio de un mundo en ruina moral que olvida la solidaridad y se ufana de adorar el dorado metal.