El general Gustavo Rojas Pinilla intentó fundar un tercer partido para absorber parte de las masas de liberales y conservadores y convocó a una Constituyente de “amigos y trásfugas”, cuyo objetivo principal era violar la Constitución y quedarse en el poder. No contaba con el descontento creciente de los colombianos al ver que el Gobierno lo acaparaba un sector de las Fuerzas Armadas y se excluía a la sociedad civil de las grandes decisiones políticas y económicas determinantes para su futuro. Notables dirigentes conservadores y liberales no comulgaban con los postulados autoritarios de Rojas. Tal era el caso de Laureano Gómez, que se encontraba en el exilio, y del expresidente Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras o Eduardo Santos.
La tradición colombiana en materia de libertad de prensa, en la cual se defendían las tesis de los partidos políticos, desaparecía por cuenta de la censura decretada por Rojas. Estaba prohibido defender ideas propias y criticar al Gobierno. La sociedad, que en ocasiones ha sido superior a sus dirigentes, rechazaba la coyunda de tener que sufrir todos los días y a todas horas la propaganda oficial que exaltaba y adulaba a Rojas como si fuese un libertador. La debilidad del régimen empezó a sentirse cuando los notables del país se negaban a aceptar un ministerio para no agregar a sus hojas de vida la mancha de ser ‘lentejos’. Rojas se aislaba en medio de una corte de aduladores y charlatanes que le sugería que acudiera la violencia si era necesario para quedarse con el poder. Las mayorías ciudadanas sentían que con el autoritarismo de Rojas se avanzaba al despeñadero de destruir nuestras instituciones democráticas y la armadura de derechos individuales que se habían consagrado desde la fundación de la República bajo el imperio de las leyes.
El Gobierno estaba desprestigiado en casi todos los círculos, agobiado por la corrupción y los atentados contra los derechos humanos, en tanto que en la esfera internacional era condenado. La franja de población que, en algunos casos, se había dejado seducir por el populismo de Rojas, ahora reaccionaba con hostilidad frente a las decisiones del régimen. El creciente descontento se generalizó y hasta en las corridas de toros y en las calles la poblada gritaba consignas contra el Gobierno y por el restablecimiento de la democracia. El clero y los jóvenes se enfrentaban en las principales ciudades a las fuerzas policiales, hasta que en Bogotá un batallón del Ejército fue enviado a reprimir la protesta estudiantil, causando numerosos muertos y heridos.
Por supuesto, el 10 de mayo de 1957 es el momento crucial en el cual el aprendiz de dictador resuelve abordar un avión para viajar rumbo a España, mientras deja a cargo del gobierno a una Junta Militar compuesta por altos mandos de las distintas fuerzas, que suponía le guardarían el poder mientras en fecha más propicia regresaba a Colombia. Naturalmente esa no era más que una ilusión. Rojas Pinilla se había quedado ya sin política.
La política grande y noble estaba a cargo de Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, quienes después de haber sido antagonistas por décadas se encontraron en España para avanzar los grandes acuerdos políticos que producirían los consensos necesarios para derrocar la dictadura y garantizar una transición sin violencia.
Es de destacar el papel que jugaron en la agitación política, desde la clandestinidad en Bogotá y el país, a través del llamado “Batallón suicida”, Álvaro Gómez, Belisario Betancur, Alfredo Araujo Grau y Diego Tovar Concha, entre otros. Esos valerosos jóvenes dirigentes se reunían en la sede del periódico “El Siglo”, que permanecía clausurado por la dictadura, y desde la sombra activaban un proceso de agitación, comunicaciones y compromisos con los diferentes sectores de la sociedad para realizar manifestaciones relámpago y protestar contra la arbitrariedad oficial, con el reclamo permanente de que el dictador debía renunciar. La actividad del “Batallón suicida” contagió a los jóvenes y se convirtió en el hilo conductor de las protestas hasta convertirse en marchas multitudinarias en las calles de todo el país. Y, en jugada memorable, se organizó un plan empresarial y bancario que consiguió paralizar a la nación, de forma tal que sin una gota de sangre se descalabraba el régimen.
El 10 de mayo de 1957, hace sesenta años, se produce la caída de Rojas, como consecuencia de los consensos pactados por Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, que con criterio visionario consiguen derrotar la dictadura, mediante la dialéctica y la motivación de exaltar los valores eternos del civilismo inteligente de Colombia.