* Los buenos resultados
* Lo que queda por delante
Estabilidad no es una palabra que suela llamar la atención en Colombia. Aquí se habla de todo, de revolución, de cambio, de guerra, pero no se entiende que la civilización parte fundamentalmente del equilibrio, la serenidad y la fortaleza institucional. Tal vez sea esto el elemento sustancial en lo que pretendemos llamar la Doctrina Santos.
En efecto, en estos dos años el desempeño económico no ha tenido parangón. Luego de los rubros decrecientes de 2009, en 2010 se pasó a un crecimiento de 4 por ciento y en 2011 se logró uno cercano a 6 por ciento. Ello, por supuesto, sobre la base de un incremento importante en las exportaciones, con base en la estrategia de los TLC. Pero igualmente el desempleo, al mismo tiempo, decreció hasta cifras de un dígito, lo cual, en todo caso, no es suficiente dentro de la llamada Doctrina Santos, que básicamente promueve “una Colombia moderna, justa y equitativa”.
De hecho, para el Presupuesto de 2013 existe una inversión sin precedentes históricos de 41 billones de pesos, de los cuales 70 por ciento será destinado a inversión social y obras de infraestructura. En tanto, hoy como nunca, la inversión extranjera directa en sectores diferentes al minero-energético ha crecido 183 por ciento. Esto, a su vez, con base en una irrigación de los recursos que ha permitido reducir la pobreza esencialmente de los registros de 50 por ciento tradicionales a uno de 34 por ciento. En tanto, los índices de desigualdad, previstos en las fórmulas de Gini, se redujeron 1,2 puntos.
Lo anterior, para sostener que dentro de la Doctrina Santos se viene cumpliendo la idea de que a mayor sostenibilidad y crecimiento económico, mayor la reducción de la pobreza y la tasa de desocupación. Esto sin duda era lo que faltaba, porque lo que llamaban la confianza inversionista y la cohesión social sin impacto verdadero sobre la vida de los colombianos, no era más que una consigna política.
Dentro de la misma Doctrina Santos, por igual, la consolidación de la seguridad nacional pasa no sólo por el debilitamiento de las guerrillas y el finiquito del conflicto armado interno, sino por el resarcimiento de quienes han sufrido la barbarie y la depredación desde las extremas derecha e izquierda. Ello es lo que está establecido no sólo en la Ley de Víctimas y de Tierras, sino en la próxima Ley de Desarrollo Rural y otras similares. Lo que interesa aquí fundamentalmente dentro de la Doctrina Santos es entender lo arcaico y nocivo que resulta dejar que Colombia siga siendo un país en guerra, lo mismo que no apreciar esfuerzos en el sentido de generar una sociedad más homogénea después de haber sufrido décadas de sangría y desplazamiento.
Claro es, de otra parte, que ha hecho bien Santos en dirigir recursos del Estado a los más desfavorecidos, como en el caso de las 100.000 viviendas gratuitas que, desde luego, solamente serán polo de desarrollo para programas posteriores. Corresponde, en el mismo sentido, meterles el diente a la educación y la salud.
El hecho, en todo caso, es que dentro de la Doctrina Santos el Estado ha vuelto a ser amigo del ciudadano y no su enemigo, como ocurrió en las nefandas épocas de la persecución y las interceptaciones telefónicas ilegales.
Se pretende, dentro de la Doctrina Santos, la repotenciación institucional del país, luego de los vendavales de hace un tiempo, y para ello las reformas, bien por vía de decretos o de leyes, deben ser enfáticas en mantener el equilibrio de poderes y limpiar la política de la putrefacción que se ha vivido en la última década.
Sin duda, en la Doctrina Santos las instituciones han recuperado su prestancia frente al personalismo antecedente. Posiblemente ello no contenga la emoción política de la camorra permanente. Por el contrario, es la firmeza en los propósitos verdaderamente nacionalistas lo que ha producido el estilo menos eléctrico y más consistente que ha inaugurado Santos.
Es muy posible que el país quiera más y rápido. Indudablemente no hay tiempo que perder. Los 70 proyectos de infraestructura fundamentales que comienza a poner en marcha el Gobierno Santos cambiarán la cara del país, después de la modorra de más de una década en el Ministerio de Transporte. Pasados los fuegos artificiales de los dos primeros años, con carátula de la revista Time a bordo, Santos debe entender que, vistos sus ambiciosos planes, no podrá ser un Presidente de transición. Nadie con sentido común puede exigir que en dos años se haga lo que no se ha hecho en múltiples décadas. Ya se sabe que Santos quiere una economía a todo vapor, salir de la pobreza y entregar un país en paz, para lo cual lo que resta de mandato parece muy poco.