Pocos colombianos de los que están en la actividad pública y muy pocos de los que son ajenos a la política, son conscientes del valor inmenso que tiene para nosotros la democracia. Colombia en la región es el país en donde más se ha preservado la democracia y donde más se han afanado los partidos por favorecer cambios institucionales dentro del orden.
Sorprende que, incluso, cuando los partidos políticos en el siglo XIX se enzarzaban en sangrientas guerra civiles, como en el caso de la guerra del 60 que da al traste con la Confederación Granadina, el general Mosquera, caudillo impetuoso y contradictorio por excelencia, quizá por aquello de su impronta bolivariana a la que sería fiel hasta el final, pese a cambiar de partido como de camiseta, después del Pacto Transitorio de los Estados que legitima su régimen de facto e incontables desmanes, convoca a la famosa Constituyente de Rionegro, que fue un remedo democrático en el cual solamente se les permite a los radicales victoriosos definir el modelo constitucional disolvente que condenaba a la Nación a la anarquía permanente y la ruina.
El estadista Rafael Núñez, después de que ejércitos combinados de liberales independientes y conservadores derrotan el radicalismo que se había alzado contra su proyecto de erigir un Estado moderno, sorprende a la sociedad al convocar a prestantes elementos del conservatismo y del liberalismo, a prestar su brillante concurso en la elaboración de la Carta Política de 1886. Es allí donde aflora poderoso el sentido nacional de la política que retoma el hilo de la estirpe democesarista y el compromiso hispánico en la defensa del bien común que defiende con ardor el humanista y erudito don Miguel Antonio Caro, quien se inspira en los postulados de la Suma Teológica de Santo Tomás. Pese a las guerras que orquestan los nostálgicos de la anarquía de Rionegro, el Estado democrático en forma consigue restablecer el orden que impera en gran parte del siglo XX, así se presenten saltuarias sublevaciones que fueron conjuradas o se limitaron a subsistir en la semiclandestinidad de la periferia del país, incluso la de los feroces imitadores de la revolución cubana. Esa democracia es la que debemos defender los colombianos cuando se marchita en nuestra región por cuenta del populismo.