* Más allá del hacinamiento
** Un diagnóstico integral
No constituye novedad alguna indicar que en Colombia hay crisis que se eternizan o, por lo menos, se vuelven recurrentes. Esto se debe a que las medidas estatales para afrontar esas problemáticas tienden a tener un alcance menor frente a la gravedad de las mismas o, como ocurre en muchas otras circunstancias, se presentan fenómenos coyunturales que la institucionalidad vigente no alcanza a maniobrar con suficiente margen de acción. Hay casos en que las crisis tienen su génesis en la perversa combinación de ambos ámbitos. Y ese es precisamente el diagnóstico más adecuado para entender la bomba de tiempo en que se está convirtiendo, de nuevo, la situación de las cárceles en nuestro país, aunque afortunadamente no se ha llegado a los escenarios caóticos de finales del siglo pasado cuando las prisiones eran verdaderos campos de batalla entre guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y delincuentes comunes.
En ese orden de ideas, para solucionar la crisis carcelaria debe partirse de entender la complejidad del problema. Sí, la principal causa es, a todas luces, el hacinamiento, pues los penales hoy albergan un 43 por ciento más de reclusos que su capacidad instalada. Pero también es claro que la dificultad no sólo radica en que los cupos en las cárceles no han aumentado de forma significativa en la última década, sino también en que el volumen de personas que año tras año van tras las rejas es mayor, ya sea por efecto de una eficacia creciente de las autoridades y la administración de justicia para procesar a los criminales, o por las nuevas leyes que han tipificado -bajo la presión de la coyuntura y el grado de afectación e impacto en la opinión pública- nuevos delitos o impedido que quienes incurren en violaciones de la ley puedan acceder a beneficios como la excarcelación automática, rebajas u otras formas para redimir la respectiva pena.
Sin embargo, hay otros elementos que juegan un papel importante dentro de este escenario crítico. Por ejemplo, son muchas las críticas en torno de las falencias de la estructura de prisiones y la distribución en la red de penales de la población de reclusos. No se entiende cómo hay penales que presentan sobrecupos muy altos, pero otras prisiones tienen un porcentaje de presos más manejable. También se dan casos en donde hay patios dentro de las prisiones que albergan a pocos internos, mientras que en otros la sobrepoblación es crítica. Igual sería ingenuo desconocer que la proliferación de sindicatos dentro de la guardia penitenciaria hace muy difícil desde el manejo de personal hasta la aplicación de sanciones. No menos desestabilizador ha sido el poder corruptor de las mafias y otras organizaciones criminales con cabecillas recluidos. Tampoco se puede dejar de lado el efecto de la congestión en los juzgados, tribunales y altas Cortes, así como en la Fiscalía, lo que se convierte en un lastre que impide una mayor rapidez para llegar a las instancias de fallos condenatorios o absolutorios. Incluso, miles de presos que hoy ya podrían acceder a la libertad no han salido de las cárceles porque los jueces de ejecución de penas no dan abasto para responder a tiempo sus respectivas solicitudes. Y así se podrían seguir enumerando gran cantidad de circunstancias para entender que afrontar la crisis carcelaria va más allá de la mera ampliación de cupos en las prisiones o de poner en práctica mecanismos ordinarios o extraordinarios para reducir el número de reclusos… Por ejemplo, la llamada justicia restaurativa o transicional continúa siendo la excepción a la regla en Colombia, salvo lo relativo a procesos de paz o desmovilización de combatientes. Poco se ha avanzado también en lo relativo a la aplicación más amplia de penas alternativas a los delincuentes menos peligrosos o la puesta en marcha de esquemas de resocialización penitenciaria más agresivos. Ni siquiera el plan para masificar la vigilancia extramuros de sindicados o condenados por medio del brazalete electrónico, ha dado los resultados que inicialmente se prometieron.
Como se ve, afrontar de manera seria e integral la crisis carcelaria no es tan simple como se sugiere en algunos sectores. Y menos pueden exigirse soluciones mágicas y de efecto inmediato. Por ahora, mientras ese diagnóstico completo no se pone sobre el tapete, no queda más que acudir a medidas de efecto temporal y cortoplacistas, las mismas que tornan las crisis en cíclicas y recurrentes.