LA política colombiana ha estado signada casi desde cuando asumió el presidente Juan Manuel Santos y nombró su gabinete, por el desencuentro con su antecesor Álvaro Uribe, quien lo tuvo como uno de sus ministros estelares, con la pretensión de que en el poder siguiera sus políticas y que, como suele ocurrir, cuando el sucesor toma otro rumbo, pasó del desconcierto a la franca hostilidad. La diferencia con otros casos conocidos en Colombia, de antagonismo entre antiguos colaboradores y aliados, es que en tales casos los que estaban fuera del gobierno se resignaban. No fue así en el caso de Laureano Gómez, que fue sacrificado el 9 de abril por razones de Estado, al pactar el gobierno de Mariano Ospina una coalición con los liberales. Cuando todos creían a Laureano acabado, con El Siglo incendiado y la casa de Torcoroma en Fontibón, también, destruida; el dirigente conservador de manera súbita regresó al país y fue recibido por jubilosos manifestantes conservadores, que en circunstancias extraordinarias se la jugaron por la toma del poder. La historia es conocida, la ruptura de los dos dirigentes conservadores debilitó al conservatismo y facilitó a la larga el golpe militar. Razón por la cual, para recuperar la democracia Alberto Lleras y Laureano Gómez enfrentan la dictadura, la derrumban y pactan el Frente Nacional.
No faltan los que temen que la creciente hostilidad y antagonismo entre Santos y Uribe derive en el descalabro del establecimiento que, en esta ocasión, podrían aprovechar las izquierdas, en particular si el Partido Conservador o lo conservador, no recuperan la iniciativa política. Lo que no es fácil, en cuanto dadas las reglas de juego de nuestro sistema electoral y las exigencias monetarias para armar las candidaturas al Senado, se requieren recursos exorbitantes, como del apoyo oficial y de poderosos grupos económicos de distinta índole, para competir con los millones que animan la música electoral. Las regalías y el influjo burocrático, el peso de los medios y la organización cuentan; todo ello favorece a un Gobierno que tiene claros sus objetivos de seguir en el poder. La política de paz está en el trasfondo de la estrategia, con cierta flexibilidad por si el pan se quema en la puerta del horno. El Gobierno sabe que sus contrarios están divididos, lo que lo favorece, en un sistema que hace rato dejó de ser bipartidista y donde imperan las coaliciones, lo que le da un gran margen de maniobra a la Casa de Nariño. La nómina que tiene la misión de revivir la Fundación Buen Gobierno muestra un equipo de primera línea, con Germán Vargas Lleras, Juan Mesa, el exgeneral Óscar Naranjo,
Al conocer la noticia de la decisión del gobernante de nombrar su equipo para reelegir sus propuestas, quien dijo “Quiero que la política de paz sea reelegida”, el canciller de las Farc, Rodrigo Granda, desde La Habana manifestó: “Santos está en el derecho de reelegirse”. Lo que se entiende como la concordancia con el proyecto de paz. Declaración que no sorprendió a nadie, pese a la lentitud con la que se desenvuelven las conversaciones en La Habana. Y que tiene un especial valor en cuanto muestra que existen coincidencias en política general, pero que no deben llamar a engaño para caer en una falsa lectura. Está en su derecho, lo que no quiere decir que la apoyan abiertamente, sino que la entienden.
Los elogios a Germán Vargas Lleras, al que le entregó la política de vivienda, le dan la visa para ser un candidato en caso de que el gobernante decida bajarse de la reelección. Si el Presidente hace la paz podría aspirar a cargos internacionales y el Nobel. Santos, calificó a Vargas Lleras, como un funcionario leal y un “hombre de resultados”. Advirtió que, con su colaboración “la política de vivienda que diseñamos sea reelegida”. Para los entendidos en política no hacen falta más aclaraciones, la corrida electoral comenzó. Los maestros preparan sus espadas, sus atuendos, sus cuadrillas y se ponen en forma para saltar a la arena. El público los examina y reparte sus simpatías en favor de unos y otros. Los enemigos de la fiesta brava chillan. Como en las corridas, los que aplauden a Santos, rivalizan con los que aplauden a Uribe, en tanto los diestros y los que quieren que les den la alternativa presidencial se alistan para salir al ruedo. Con la diferencia de que Santos puede hundir la espada en el toro, en tanto a Uribe no le está permitido, como no puede ser candidato, tiene que dar la alternativa a otros. Lo que parece una fatal desventaja, podría ser favorable en cuanto queda en libertar de moverse como quiera e intervenir en la corrida sin reglas de juego. La paradoja, digna de Borges, consiste en el hecho trascendental de que en esta oportunidad el pueblo es el toro.