La Cohabitación | El Nuevo Siglo
Miércoles, 18 de Junio de 2014

*Un plan de Desarrollo por la Paz

*Las nuevas realidades políticas

 

 

Las últimas elecciones deben leerse como uno de esos episodios singulares en que se acelera la historia. De allí el tamaño de la responsabilidad para sintonizarse con el espíritu y la voz expresada en las urnas. Es necesaria pues la decantación de lo ocurrido, aun si algunos en la Unidad Nacional pretendan personalizar la victoria exclusivamente en su favor o de aquellos que habiendo ganado de repente asuman una posición vergonzante, como los sectores de centro-izquierda triunfantes en la misma medida que los de centro-derecha. Mucho menos escuchar los cantos de sirena de quienes buscan disfrazar la derrota de triunfo intempestivo, alegando una portentosa minoría cuando lo que pretendían era una mayoría a rajatabla, definitiva y hasta amenazante.  De suyo, prometieron juicio al Presidente (graduado así de enemigo), recurrieron al agreste y agresivo mensaje político del naranjazo, auparon el ruido de sables, inventaron las falacias más inverosímiles, se descontrolaron y resbalaron en punible ayuntamiento con las redes de espionaje.

Por tanto no deben, en absoluto, ni la disputa por las preeminencias en la Unidad Nacional, ni el distanciamiento incomprensible del Gobierno de la otra mitad de la alianza por la paz, mucho menos el sector que se mostró francamente adverso a la política de reconciliación del Presidente Santos ahora de pazólogos, opacar esa aceleración de la historia lograda por el Jefe de Estado reelegido. Que no fue accidental, ni incidental, sino el propósito de liberar la corriente multiforme que obtuvo ganar en una especie de “centro radical”, que Santos llama Tercera Vía. Por supuesto, siempre para los extremos el peor enemigo es el centro. Mucho más ese “centro radical”. Que no hay que confundir con el espíritu insulso de los moderados, sino que se debe al afirmativo de los verdaderos demócratas.

Esto es así, ciertamente, conocedores de que fue particularmente el Presidente quien siempre tuvo la certeza, a la inversa de muchos asesores, de que lo que se jugaba en la justa electoral era la paz. No fue posible en la primera vuelta por la idea supuestamente estratégica, de algunos, de que debían prevalecer los logros puntuales del Gobierno, sobre la base inadecuada de que la reconciliación ocupaba un séptimo lugar en las encuestas. Fue darle prevalencia al detalle frente al todo. De hecho la consigna inicial de “Unidos por la Paz”, propuesta por el Jefe de Estado, fue cambiada por otras. Pero estaba sin duda el Presidente Santos bien sintonizado desde el principio con las tendencias y anhelos nacionales y al final lo demostró con creces. De forma que la victoria es esencialmente suya, cuando impuso sus criterios originales y retomó el núcleo fundamental de su proyecto político. Fue aquello el motivo de las adhesiones.

Esa sintonía con las fibras íntimas del aquí y ahora de la historia, precisamente, fue lo que a no dudarlo permitió el afianzamiento de su política de paz, incluso poniéndola en el incierto mortero de las elecciones. Y es justamente ese hecho notable y notorio, respaldado por las mayorías, lo que debe prevalecer políticamente hacia adelante. Porque lo que ocurrió no fue exactamente que ganara la paz en abstracto, sino la política de paz del Presidente Santos en concreto, que es diferente, sin que ello implique no reajustar lo que sea menester y preparar el pos conflicto.

En efecto, siendo hoy, por amplísimo dictamen electoral, la paz y no la violencia la partera de la historia, al contrario del cacareado postulado marxista, ha dicho el Jefe de Estado que profundizará la línea y ello  también lleva incursa la interpretación de las nuevas realidades políticas. Que tampoco se debe a lo que algunos aducen epidérmicamente de “uribismo” y “antiuribismo”. De hecho, el Presidente Santos ganó con amplitud los debates televisados y radiales cuando confrontó,  sin hablar del ex presidente, a su opositor por los resultados como ministro de Hacienda. En ese momento, cuando se dejó la paralizante dialéctica previa, se ganaron las elecciones, por lo demás ya desdibujado el candidato oponente por su intempestivo cambio de brújula a propósito de adhesiones condicionadas.

De otro lado, sería craso error dejar la paz de mero episodio electoral. La paz, en sí misma puede ser todo o nada, y requiere de un soporte amplio y firme. Ella, por supuesto, no se da silvestre ni mágica. Es ahí, justamente, donde los factores de poder tienen que dedicarse mancomunadamente a ese propósito, dentro de la coalición victoriosa y ampliada.  Porque no bastan las palabras y los gestos, sino las responsabilidades y las acciones de quienes están convencidos de ella, sean de centro-derecha o centro-izquierda. Y en ello es ineludible un gran Plan de Desarrollo por la Paz, que convoque la mayor cantidad de voluntades posible, y que una vez firmado el fin del conflicto sea la carta de navegación fundamental en el pos conflicto, incluso, si se quiere mayor legitimidad, sometidas sus cláusulas generales en el referendo. Una paz integral, no sólo territorial, que el mismo Presidente Santos ha llamado la paz total, donde además del programa plurianual de inversiones periféricas y territoriales estén las sectoriales que cambien al país y signifiquen una paz para todos los colombianos. Una paz nacional.

Ese Plan de Desarrollo necesita de una elaboración y ejecución compartida por las mayorías. Por eso, separar el consenso por la paz de la acción gubernamental, suena a incoherencia o despropósito. De manera que, como en la Francia de Chirac y Mitterrand, el país, con su centro-derecha y centro-izquierda que ganaron en su conjunto, debería tener la madurez suficiente para intentar un haz gubernativo en la Cohabitación civilizada y responsable. La paz lo merece y sobre todo lo necesita. El resto será borrar con el codo lo hecho con la mano. Y dejarse llevar por la propuesta extemporánea de quienes medran en el oposicionismo como razón de vida. Nunca la oposición ha dinamizado la historia, menos ponerle obstáculos al mandato de paz que decretaron en las urnas la mayoría de colombianos. Y todavía peor dividirse hacia el referendo al que se someterán los acuerdos de paz.