La agenda geopolítica | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Agosto de 2013

*El carácter nacional

*Nicaragua sí puede

 

Entre  las diversas características de la naturaleza de los colombianos,  que suelen observar los extranjeros que nos visitan y a veces comentan con cierta sorpresa, es la escasa noción de pertenencia al país, de solidaridad, de compromiso  histórico y de nacionalidad. Fenómeno que se da en todas las clases sociales, con raras excepciones. Lo que algunos atribuyen a la disparidad geográfica, los antagonismos entre las zonas frías y las cálidas, las costas y el interior,  la selvas y las sierras, los orígenes de los habitantes y su rol político. Nuestra evolución histórica tiene componentes que poco se analizan, puesto que somos dados a repetir unos cuantos lugares comunes sobre la historia. Se olvida que cuando se encontraron europeos y nativos en el nuevo continente poco después del viaje hazañoso del Almirante Cristóbal Colón, estas regiones estaban en conflicto y guerra permanente, a diferencia del Imperio incaico en donde el Inca mantenía un férreo control de la comunidad y el vasallaje de los pueblos conquistados, dentro de un esquema de sociedad organizada de manera numérica por medio de censos y jerarquías, que a la larga la hicieron más vulnerable por la acción intrépida de comandos foráneos, por así denominarlos, al capturar al  Uno, que era el monarca y al brujo. Los vasallos oprimidos  del Inca, en algunos casos se sintieron liberados del opresor y surgieron  malinches de ambos sexos que los apoyaron. Por lo tanto, el Nuevo Mundo, que estaba dividido y hablaba lenguas diferentes, resultó unido en un credo y una lengua, que por sus valores se liga espiritualmente a Occidente, como lo prueba el fervor que suscita el Papa Francisco.

Lo que se conoce como la Independencia es, también, la desintegración del Imperio Español en América. En esos tiempos aflora la tendencia a la disgregación de Hispanoamérica, que el Libertador Simón Bolívar intenta contener creando la Gran Colombia y  al convocar al Congreso Anfictiónico de Panamá, con el proyecto de unir en un cuerpo político las partes del Imperio Español en la región, con política interior común, política exterior de convergencia y defensa militar conjunta. Lo que pocos entendieron en su momento por pensar en las “patriecitas” en las que pretendían establecer su predominio. La proclividad a la involución y la perplejidad histórica se manifiestan en la Nueva Granada, por el absurdo de querer formar “república aéreas” en Tunja, en Cartagena, en Mariquita, en Mompox, de cualquier población o aldea, en las que afloraban los codiciosos y miopes caciques políticos. Cartagena, en un momento de obnubilación pretendió convertirse en protectorado inglés. Como que se quería imitar la Nación-Estado de los griegos. A la muerte del Libertador en Santa Marta, la Nueva Granada se encierra en el parroquialismo santanderista, abandona todo interés por la política exterior, avanza el Tratado Pombo-Michelena, que se negocia en Bogotá, donde se regala gran parte del territorio nativo, lo que en Venezuela no aprueba el Congreso. Murillo Toro, de los herederos políticos de Santander, regala nuestras costas en el Atlántico al dominio de Costa Rica, por medio de una Ley aprobada en el Congreso de la República. Lo mismo que en el siglo XX en el Tratado Esguerra-Bárcenas regalamos  las costas en la vecindad de Nicaragua, a cambio de nada, puesto que ejercíamos soberanía plena e histórica en el Archipiélago de San Andrés. Y un país de política  demencial que regala su territorio apenas se salvó de ser invadido por europeos gracias a  la Doctrina Monroe.

En 1903 perdimos a Panamá, como consecuencia de las ominosas guerras partidistas que  dejaron un charco de sangre a lo largo del país y en la ruina, no teníamos ni armada para llegar a Panamá en un acto simbólico de soberanía, en ese entonces con la excusa de que nos asistía la razón en derecho y que era inútil luchar contra una potencia mundial en ascenso como Estados Unidos. En el siglo XXI nos condenan a perder 75 mil kilómetros de mar por la demanda de un pequeño país como Nicaragua, con 5 millones de habitantes, que pretende asfixiar y apoderarse del Archipiélago de San Andrés, que  apenas cuenta con poco menos de 100.000 habitantes, por el fallo inicuo de la Corte de La Haya. Y en ambos casos alegamos lo  mismo: tenemos la razón en derecho y no se puede hacer nada. En contraste, Nicaragua sí puede y va por más en sus pretensiones expansionistas.

Fernando González, de reflexión insular y criterio superior,  decía que los colombianos padecemos el complejo santanderista, llevamos un rábula por dentro, un picapleitos, como los bizantinos que eternizaban la discusión sobre el sexo de los ángeles, nos quedamos en la disputa sobre la letra menuda sin hacer  nada positivo. Hasta se propone cambiar el escudo nacional, como el cornudo que pone en venta el sofá forrado en terciopelo francés en el cual la esposa en su ausencia solía yacer con otros. Sufrimos como de una parálisis mental parcial, quedamos como estáticos al conocer el fallo inicuo de La Haya, sin atender que tiene un trasfondo político, un tufillo inconsistente e injusto que marca una pauta que vulnera el orden internacional, al desconocer los tratados vigentes, el derecho interamericano, los compromisos del Pacto de Bogotá, las fronteras de los países antes de su existencia, las inhabilidades de una jueza china y  los derechos de las minorías. Y sin indagar cómo terceros países han desconocido otros fallos de ese tribunal, incluso Nicaragua.

Es verdad que Colombia aparece entre las naciones del hemisferio como la única que no ha conseguido aniquilar y arrebatar las armas a los subversivos, hasta consagrar la paz por medio del uso legitimo de la fuerza, pese a que ha logrado eliminar a parte de su dirigencia. Lo que nos ubica entre los países incapaces de mantener el orden interno por más de medio siglo, cuando naciones que participaron en la II Guerra Mundial, en pocos meses redujeron la resistencia partisana y consagraron la paz. Un Estado que no consigue la paz interna, carece de la cohesión y la potencia monolítica para defender con voluntad insobornable sus intereses externos.

Por lo anterior, como explica la cancillera María Ángela Holguín, el Gobierno está procesando los informes especializados sobre las alternativas a manejar con Nicaragua en el futuro. Lo que hace más urgente  que el presidente Juan Manuel Santos convoque al Congreso en pleno, desde donde podría dirigirse  a la Nación y demuestre que sí podemos defender nuestra existencia, soberanía, derechos  e intereses, para que  trace  la agenda geopolítica  que considere más inteligente y conveniente para hacer frente a las renovadas pretensiones de Nicaragua, de explotar petróleo en nuestro mar y reclamar derechos sobre las costas de Cartagena, con miras  a desencadenar un conflicto internacional. Es de advertir, como dice el presidente Santos, que no deben confundir la prudencia colombiana con la inacción.

Es de advertir, como dice el presidente Santos, que no deben confundir la prudencia colombiana con inacción