El arranque la próxima semana del plan piloto, para establecer la jornada única en los colegios públicos, impone un reto de marca mayor para el país. Tener por más tiempo a los estudiantes en las aulas exige no sólo mejorar el recurso humano docente sino que las instituciones cuenten con equipos pedagógicos modernos para potencializar y sacar el mayor provecho de la ampliación de la jornada, que, dicho sea de paso, no es una novedad porque muchas escuelas y colegios privados trabajan bajo esta modalidad hace muchos años.
Bien lo decía días atrás un padre de familia interrogado acerca de la propuesta de que su hijo estudie más horas al día. “Mientras no sea para quedarse calentando puesto, bien”, afirmó el progenitor que tampoco ocultó que la idea le parecía atractiva pues prefería a su vástago vigilado por los profesores que en la casa imbuido en internet o, peor aún, en la calle expuesto a riesgos y vicios.
Debe entenderse, por tanto, que la ampliación de la jornada estudiantil debe ir acompañada de toda una logística que interese a los niños y jóvenes, con métodos de enseñanza novedosos, con valor agregado real. Más clases extramuros, un puente con la educación superior más tempranero, métodos interactivos de apropiación del conocimiento aprovechando las plataformas tecnológicas… En fin, que la extensión de la jornada signifique para los estudiantes una ventana de oportunidades.
También debe incentivarse al docente, los tutores y todo el personal de escuelas y colegios oficiales para que vean en este experimento una vía para mejorar su trabajo, y no una carga laboral adicional. Aquí será clave el anuncio que la próxima semana hará el Gobierno respecto a un plan de becas para especialización de los profesores.
No se trata de un proceso automático ni tampoco de pensar que en poco tiempo superaremos las deficiencias advertidas en las pruebas PISA internacional. Lo importante es arrancar la jornada única escolar y revisar sobre la práctica los ajustes que se vayan requiriendo.