*Malestar en la UE
*¿Temores reales o infundados?
Cuando se habla de la extrema derecha europea existe la tendencia a volver los ojos a Alemania, por aquello del legado de Adolfo Hitler, quien al frente del Nacional Socialismo transformó un partido originalmente minúsculo en la fuerza política de masas más poderosa de su país. Y se olvida que buena parte de los ideólogos derechistas eran franceses, como el racista Gobinau. En realidad la política alemana desde tiempo de Bismarck se movía en el centrismo conservador y nacionalista, desafiada por la extrema izquierda. Los junker prusianos ejercieron durante largo tiempo influjo decisivo en la política alemana y el engrandecimiento del país, protagonismo que prevalecía hasta el gobierno del mariscal von Hindenburg, y que pierden en el momento que von Papen, en audaz maniobra intenta domesticar al demagogo ultraderechista Hitler, quien es nombrado primer ministro de Alemania.
La jugada de von Papen resulta un fiasco cuando Hitler le da un puntapié al tablero de ajedrez y es un ejemplo clásico en los estudios de ciencia política del torpe desconocimiento de la psicología de un caudillo en ascenso y dispuesto a todo para imponer su voluntad. El proceder de Hitler frente a los que pretendían amansarlo no difiere mucho de César Borgia, cuando en Senigallia estrangula a los príncipes que le disputaban el poder, lo que le mereció el aplauso de Maquiavelo. Hitler, no solamente les arrancó el poder a los junkers, también ejecuta a varios de los representantes de la aristocracia conservadora que nunca calcularon la reacción del malagradecido cabo austríaco. En Europa cuando la extrema derecha hace retumbar sus tambores y convoca a la defensa de sus costumbres y tradiciones o como en Francia apelan a la xenofobia, los moderados y las gentes sensatas se preocupan, algo anda mal para que en pleno siglo XXI el odio al otro prevalezca sobre las políticas de entendimiento. Y ese algo que lacera el sentimiento colectivo es la crisis económica, el malestar general y el repudio al gobierno de Hollande, que persigue a los ricos y empobrece a la clase media, así como la presencia de “extranjeros” o metecos, de la misma Europa o de otras regiones del mundo, de los que sostienen que les disputan el jornal a los trabajadores y les restan, aparentemente, posibilidades de ascenso y lucro en su medio; cuando en realidad hacen los trabajos que los nativos no están dispuestos a realizar. Los agitadores políticos explotan esos miedos y fobias de las masas, para romper con el tradicional centrismo europeo, que requiere prosperidad. Eso es lo que acaba de ocurrir en Francia con el triunfo del partido ultraderechista de Le Pen.
No es tan objetivo condenar a toda la derecha o la extrema derecha por los antecedentes citados, en realidad en Italia Berlusconi, heredero del fascismo de Mussolini, se ve envuelto en escándalos de faldas más que en choques callejeros al estilo de las tropas de combate de los fascistas, ni toma medida similares a los ultras del pasado. Su gobierno no se diferencia mucho de los centroderechistas, fuera de su condición de millonario y sus abusos y excesos verbales. La jefa del Frente Nacional de Francia, Marine Le Pen, quien acaba de ganar las elecciones para representar a su país en la Eurocámara, parece más firme en su nacionalismo beligerante, que preocupa en un sistema en el que debieran prevalecer la unidad y la moderación como es el de la UE. En especial por cuanto un fenómeno similar se presenta en otros países de la UE, en los cuales la derecha nacionalista resurge. Ahí están los euroescépticos británicos y los ultranacionalistas nórdicos. A la inversa, en España surge un grupo contestatario de izquierda, cuando el gobierno de centroderecha de Mariano Rajoy, según los organismos internacionales, pese a las duras medidas de austeridad viene poniendo orden en casa y consigue sacar a flote la economía.
Los expertos consideran que el gobierno de Hollande ha sido fatal para el pueblo francés, siendo que él viene ejecutando el proyecto político por el cual votaron sus seguidores para desplazar del poder a Sarkozy. Los abusivos gravámenes a los ricos, sus propiedades, salarios o rentas han determinado que muchos se vayan del país, puesto que con esas medidas muy pocos consiguen hacer buenos negocios y eso está afectando a la próspera Francia que siente que se empobrece. Así que el gran elector de la extrema derecha ha sido el propio Hollande, cuya política agobia al pueblo, hace más pobres a los pobres y espanta a los ricos.