Estos días decembrinos y de despedida del año son los más movidos en el comercio y en las carreteras. Millones de carros salen de las ciudades hacia los lugares de recreo. Luego de doce meses de ajetreo diario es justo el descanso, o mejor la actividad turística. En diversos puntos de la geografía nacional se realizan espectáculos que gustan a los viajeros. Las urbes costeras tienen en el mar imán poderoso, las playas son abarrotadas de bañistas y en los hoteles copadas las habitaciones disponibles. Y no solo las del litoral son visitadas. Todas las ciudades mediterráneas colombianas se llenan de turistas que, incluso tienen más oportunidades de descanso en acogedores lugares donde la naturaleza ha sido pródiga con el paisaje y la exuberancia de su vegetación.
En los últimos años se ha multiplicado el parque automotor; las ventas de carros han superado expectativas de importadores, ensambladoras y fabricantes. Es la fiebre de tener medio de movilización propio. El crecimiento de los viajes terrestres en carro particular y en autobuses obliga al mantenimiento permanente de las vías y a construir autopistas de doble calzada. Los anuncios de megaproyectos que van a modernizar esta infraestructura son recibidos con satisfacción, no exenta de dudas sobre su pronta realización. Aquí rara vez se cumplen plazos de ejecución en las fechas señaladas. Las demoras son evidentes en las dobles calzadas que siguen atrasadas. El aumento de carros en todo el país y los acuerdos de libre comercio urgen que la construcción y modernización de la red de carreteras del país, incluyendo las secundarias, se lleve a cabo en lapso breve. Hoy la tecnología es valiosa herramienta para mayor rapidez y eficiencia.
No obstante las limitaciones en la red vial, el número de vehículos que circulan en todo el país es de proporciones gigantescas, lo cual demanda una labor ardua de monitoreo por las autoridades de tránsito, para garantizar seguridad, controles en los que se detectan conductores ebrios que insisten en este acto de irresponsabilidad suprema que pone en riesgo la propia vida y la de los demás que se crucen en su ruta, y pareciera que ignoraran las nuevas disposiciones que incluyen multas elevadas.
Las ciudades experimentan unos días de serenidad, de quietud, menos congestiones, vías despejadas, una pausa de sosiego que beneficia a quienes se quedan en las urbes, que lucen apacibles, sin la angustia y estrés, como ocurre en Bogotá, quizá la metrópoli del país con más dificultades de tráfico, que ahora luego del éxodo de carros ofrece condiciones ideales para recorrerla y gozar de todo lo que ofrece, sin la impaciencia y angustias cotidianas. Es un interregno de tranquilidad citadina que no se debe dejar pasar.