* La diáspora de Haití
*Problema común de Colombia y EE. UU.
El creciente flujo de refugiados haitianos se está convirtiendo en un problema mayúsculo tanto para Estados Unidos como para Colombia. Y lo más grave: no parece disminuir sino por el contrario aumentar.
Sin embargo, mirando el problema solamente desde el punto de vista cuantitativo, el número de refugiados (en su mayoría de Haití) que están apiñados en Necoclí, Antioquia, y que suman más de 20.000, son el doble de los que están a la espera de una solución por parte de las autoridades de migración estadounidenses en la frontera de Texas con Méjico. O sea, el problema es el doble de grave para Colombia que para los Estados Unidos.
Las chocantes imágenes que se vieron por televisión esta semana de guardias fronterizos a caballo del Estado de Texas, vapuleando con látigos a los refugiados para que no cruzaran el río Grande, han generado un explicable malestar entre la opinión pública de los Estados Unidos y en el Congreso mismo de Washington. Parecía un rodeo de vaqueros, arriando manadas de ganado. Los partidos políticos de los Estados Unidos le están exigiendo al gobierno Biden más claridad. ¿Los va a expulsar y los mandará de regreso a Haití? ¿O facilitará su entrada al territorio de la Unión en condiciones dignas y aceptables?
La perplejidad del gobierno Biden ha sido hasta el momento total. Lo único que logró decir en los pasillos de la ONU cuando fue interrogado por los periodistas esta semana sobre el tema fue: “vamos a tomar el control de la situación”.
Y, ayer, su enviado especial en Haití renunció al cargo tanto solo dos meses después de su nombramiento, tras denunciar las deportaciones del gobierno de Joe Biden de miles de haitianos que cruzan la frontera desde México.
"No me asociaré con la decisión inhumana y contraproducente de Estados Unidos de deportar a miles de refugiados y migrantes ilegales a Haití", dijo el enviado especial del Departamento de Estado, Daniel Foote, en su carta de renuncia.
En el texto, dirigido al secretario de Estado Antony Blinken, Foote describió Haití como un lugar en el que los diplomáticos estadounidenses "están confinados en instalaciones de seguridad debido a los peligros que representan las bandas armadas que controlan la vida diaria".
El caso en Colombia no es menos grave: por las más de cuarenta trochas por donde discurren a sus anchas el contrabando y los coyotes que se lucran de este tráfico humano, están ingresando por la frontera sur del país cerca de 1.500 refugiados diariamente, que en su desesperada marcha hacia Necoclí están congestionando gravemente las terminales de transporte de Ipiales, Pasto, Cali y Medellín.
Las autoridades migratorias de ninguno de los dos países parecen saber a ciencia cierta qué hacer con este flujo de refugiados que aumenta todos los días; y que va tomando los rasgos de una bomba humanitaria que se está explotando en los lugares fronterizos por donde llegan las desesperadas avalanchas de haitianos.
Las circunstancias en Antioquia son dramáticas: Panamá está recibiendo hasta 500 refugiados diarios en su ilusorio tránsito hacia la Unión Americana. Pero a la localidad antioqueña están llegando entre 800 y 1.000 refugiados diariamente. Es decir, Necoclí se ha convertido en un embudo por el que salen menos refugiados que los que llegan. Agravando así las ya desbordadas condiciones de salubridad y alojamiento. ¿Cuánto más podrá durar esta situación? Ciertamente no mucho tiempo.
En el último libro de Thomas Piketty que acaba de aparecer en Francia se cuenta cómo las indemnizaciones que en favor de los propietarios de esclavos que se decretaron en Haití por las autoridades coloniales en el siglo XIX cuando se abolió allí la esclavitud fueron de tan magnitud, sostiene Pikkety, que Haití nunca logró recuperarse como un país viable económicamente. Si a esto le sumamos el asesinato de su presidente (aún no esclarecido) y terrible terremoto que tuvo lugar al sur de la isla, se entiende muy bien que el desespero de los haitianos para salir de su país a toda costa en vez de haber amainado aumente todos los días.
Las autoridades migratorias de los Estados Unidos y de Colombia, cada uno en lo suyo, tienen la inmensa responsabilidad de trazar pronto unas políticas claras y prontas sobre la manera como se va a manejar este flujo creciente de refugiados haitianos. No podemos dejarlos apeñuscados debajo de unos puentes de Texas o tirados en las playas de Necoclí. Sería infame hacerlo.