EN la historia constitucional colombiana se dan pocos casos de ilegitimidad tan aberrantes como el que condujo a la aprobación y puesta en vigencia de la Carta Política de 1863, lo que es preciso recordar con objetividad, cuando se cumplen 150 años de su expedición en Rionegro y los nostálgicos agitan incienso sobre esa supuesta obra maestra del Derecho Constitucional. Sin dejar de reconocer que sus autores, en algunos casos, estaban animados por las mejores intenciones legislativas, como la de copiar la Constitución de los Estados Unidos, so pretexto de que al aplicar su contenido el país se convertiría por arte de magia en una potencia o por lo menos tendería a mejorar. El inspirador de esa política fue el general Tomás Cipriano de Mosquera, quien estaba enamorado de las instituciones de esa nación y al volverse liberal y federalista, resolvió imponer ese credo por la fuerza, con el apoyo de los jóvenes radicales que de antaño estaban por esa causa.
El conservatismo se desvía de la doctrina y apoya a Mosquera para crear la Confederación Granadina, etapa que ha sido duramente cuestionada por los exégetas tradicionalistas que consideran que, entonces: “el guardián del manicomio se contagió de locura”. Mariano Ospina Rodríguez, desde el poder espantado por la ingobernabilidad propicia la aprobación de leyes en el Congreso que le permitiesen intervenir en los Estados militarmente, como lo hizo en Santander; y favorece la revuelta conservadora contra el gobierno de Mosquera en el Cauca, que éste aplastó brutalmente. El general acusa a Ospina de intentar falsear la Constitución de 1858 y de promover la guerra civil. En el objetivo proditorio de justificar el alzamiento en el Cauca, donde había formado un Ejército personal más fuerte que el del Gobierno nacional en Bogotá.
Como se recuerda el aristócrata de Popayán que había ejercido el gobierno como conservador–bolivariano estaba resentido con Ospina, desde cuando éste voto por el liberal José Hilario López, lo mismo que siendo él quien había derrocado al usurpador, general José María Melo, no perdona que el conservatismo apoye a Ospina como candidato presidencial. Mosquera el 8 de mayo de 1860 por decreto determina que el Estado del Cauca asume el carácter de soberano y desconoce los poderes nacionales, convoca a su destrucción y tomarse el poder por la fuerza de su espada, en compañía de sus antiguos adversarios liberales. La crudelísima y sangrienta guerra civil estremece y divide al país en facciones irreconciliables. Por decreto de 1861 se declara en Guaduas “Presidente Provisorio de los Estados Unidos de la Nueva Granada y Supremo Director de la Guerra”. En otro decreto dispone que se disuelva la Compañía de Jesús y se expropien sus bienes, así como ordena la prisión y el confinamiento del Arzobispo de Bogotá, por su rechazo a los decretos de manos muertas, extinción de las comunidades religiosas y otras duras iniquidades que hieren el sentimiento del catolicismo, que era la mayoría del país. Al tiempo que embarga los bienes de sus adversarios.
La suerte incierta de las armas le da el triunfo a Mosquera, quien, en vez de declarase amo absoluto del país al estilo de los caudillos bárbaros, hace legitimar sus arbitrariedades. Con ese fin concita en 1961 a los presidentes adictos de siete Estados, quienes en diez días llegan al Pacto de Unión, donde se confederan a perpetuidad como si fuesen países distintos y convalidan las depredaciones, ilegalidades y actos dictatoriales del General. La guerra fratricida y atroz prosigue y deja muertos y heridos a lo largo y ancho del país. Con los cuerpos aún tibios de los caídos, derrocado el gobierno central a cargo de Bartolomé Calvo y presos los dirigentes conservadores o en guerra en el sur del país bajo las órdenes de Don Julio Arboleda, que en famosos versos presagiaba su doloroso destino suramericano: “La bala que de frente me señala, mata también como cualquier bala”. Y su muerte significa el derrumbe de la democracia y el extrañamiento del conservatismo del poder.
En la Convención de Rionegro se consagra la imitación de la Constitución de los Estados Unidos. Mosquera quería revivir la Gran Colombia, pero se enredó al apoyar el fraccionamiento del país. Con el mayor respeto por los imitadores de Solón de aquellos tiempos, lo cierto es que al no estudiar nuestra realidad, por ilusos, caímos en la utopía de imitar el sistema de los Estados Unidos, que dividía lo que estaba unido y engendraba grandes males para Colombia. Lo más lamentable es que prestantes dirigentes radicales consagraron la ilegitimidad al excluir arbitrariamente a los conservadores, a los que se les conculcaron sus derechos, para avanzar en la persecución de la Iglesia y aprobar un engendro constitucional que Rafael Núñez, en ese entonces liberal, calificó como “la anarquía organizada”. En la cual se redujo el período presidencial a dos años y el Ejecutivo, bajo el predominio de los caciques de los Estados Federales, quedó reducido a figura decorativa, virtual prisionero del Olimpo Radical, lo que provoca crudelísimas guerras, la ingobernabilidad, la ruina y la futura desmembración de Colombia.