* El cambio del cangrejo
* Vicisitudes del Pacto Histórico
La idea del presidente Gustavo Petro de unificar las huestes izquierdistas en un solo partido podría servirle de sinceramiento político frente a la división que actualmente es fácil de percibir en esa cauda. Y que acaso se avizora aún más aguda hacia el futuro.
En todo caso habrá que ver si son capaces de eliminar las personerías jurídicas actualmente aglutinadas en la coalición del Pacto Histórico, para que este se convierta en una sola colectividad, y se eliminen las prebendas otorgadas a quienes las han detentado para oxigenar sus burocracias, los sueldos partidistas y hacer uso particularizado de las canonjías estatales.
De hecho, aparte de algunas salvedades que se caen de su peso, en los últimos tiempos se ha producido una avalancha (por no decir hemorragia) de personerías jurídicas en el país, dándole curso inusitado a nuevos partidos. Lo cual ha servido, ciertamente, para confundir a la democracia colombiana y convertirla en una especie de democraterismo inconsistente con el vigor ideológico que se requiere en el propósito de que la ciudadanía pueda identificar, con claridad, el núcleo de las ideas en juego. Parecería creerse, pues, que entre más partidos y movimientos políticos existan, con sus lesivos costos para el presupuesto nacional y la manga ancha correspondiente, más se está actuando en favor del sistema democrático cuando, por el contrario, lo que se hace es prestarse para el derroche y galimatías conceptual.
Aparte de eso, la propuesta del primer mandatario acaso también puede servir en procura de revisar lo que, con miras a las elecciones de 2026, está ocurriendo en la otra orilla, es decir, del centro a la derecha. No es mucho, justamente, lo que han dicho y determinado los partidos pertenecientes a este sector luego de la palmaria derrota inferida a las vertientes de izquierda, y en particular al Pacto Histórico, en las pasadas elecciones regionales. A lo sumo, se analizó este hecho como apenas natural ante la volatilidad e improvisación del gobierno. Pero hasta ahí.
Por su parte, es más que conocido que el contenido de las reformas gubernamentales, hechas con un claro tinte ideologizante y por tanto sometidas a una polarización infértil, de hecho, sin ánimo de consenso ni una articulación política apropiada cuando prevalece una administración de minoría (en relación con el Congreso), tuvieron una respuesta popular abiertamente negativa en la primera oportunidad que el petrismo tuvo de volver a las urnas, después de las elecciones de 2022. Es evidente que, políticamente, se dio en 2023 una involución frente al mandato presidencial del año anterior, si se entiende que eventos como la justa electoral de gobernadores, alcaldes, concejales y diputados, conocida como “mitaca”, es la ocasión que un gobierno tiene de ratificar y ensanchar el resultado electoral previo.
Lo cual no quiere decir, por supuesto, que la nación no requiera reformas. Pero no con el propósito de destruir y dejar al país al despoblado frente a los avances orgánicos que hoy quieren sepultarse en un exabrupto regresivo, con base en un fementido cambio al mejor estilo del cangrejo. Porque, en efecto, es cada vez más claro que el grueso de la ciudadanía no ve en absoluto “cambio”, por ejemplo, en propuestas de estatización de la salud que, por el contrario, ya distingue como una regresión temeraria y sin fundamento. Lo que por igual ocurre con otros programas pendientes de debate en el parlamento cuyo planteo esencial es la misma entronización del Estado y por esa vía el retorno a viejas prácticas burocráticas y politiqueras.
Por su parte, también hay consenso en que urge una nueva estrategia de seguridad nacional. La exasperación ciudadana está a la orden del día, tanto en las zonas urbanas como rurales, aunque los nuevos alcaldes y gobernadores luchan por moverse rápidamente ante la erosión de la autoridad enquistada en las instancias nacionales.
Al mismo tiempo, pese al dramático descenso de la economía, ésta se mantiene en la misma modorra paralizante en que venía y despojada del apremiante plan de choque que desde hace rato se requiere para revitalizarla.
Lo anterior, solo para tocar tres aspectos fundamentales en los que el país necesita avizorar nuevos horizontes. Porque una política inerte, como la actual, frente a crecimientos económicos del uno por ciento, además soportada en la obcecación por el aumento de impuestos, pero sin efectividad alguna en la ejecución presupuestal, salvo por caprichosas entregas monetarias al detal; de otro lado, una política que admite la inseguridad rampante y se afinca en la ambivalencia de la ley; igualmente, una política cuyo epicentro es el menoscabo de la empresa privada, golpeando el empleo y dando al traste con la fortaleza de que gozaba la nación en su alianza con el Estado, para resolver los problemas sociales, es, como no, una política que no hace de Colombia una potencia de la vida ni de nada.
Ante lo cual proclamar un Acuerdo Nacional o al menos un Manifiesto entre los partidos interesados en recuperar el país es cada día más un imperativo categórico. Por fuera de trinos y esfuerzos uninominales amorfos.